Viajar en un avión de determinada compañía, ponernos el casco de una motocicleta o saber, por ejemplo, que cuando nuestro coche sufra un impacto a tal velocidad el airbag no nos causará un traumatismo, son sin duda aspectos que atañen a nuestra seguridad y que toda empresa debe tener en cuenta.

Para ello, y desde los años 70 existen los queridos dummies, ellos quienes se ofrecen como voluntarios en los llamados «crash test dummy». No tienen vida, no respiran y ni siquiera tiemblan cuando se les introduce en un vehículo para impactarlos contra una pared o ejercer en sus cuerpos determinados experimentos. Son pacientes, silenciosos, y sus cuerpos, de peso y características semejantes a las humanas, casi nunca salen muy mal parados.

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El dummy fue creado para ello y han sustituido muy efectivamente a los cadáveres que antes se utilizaban o, lamentablemente, a algún que otro animal. No obstante, en el pasado, determinadas ingenierías necesitaban que el sujeto experimental interactuara con la máquina, en especial en esos años en que se trabajaba con la aceleración y la desaceleración. Nuestro protagonista de hoy se llama John Paul Stapp, y te sorprenderá saber que él, fue un «conejillo de indias» voluntario al que le debemos muchas, muchísimas cosas…

El hombre más rápido de la Tierra y con gran sentido del humor

Así es como llamaron a John Paul Stapp. Este hombre tuvo una carrera impecable en la fuerza aérea de Estados Unidos. Coronel, cirujano, experto en medicina y biofísica, fue en la década de  los 1950, cuando fue destinado al laboratorio de investigación aérea de la base de Wright-Patterson, en Ohio, por sus habilidades y conocimientos. Tenía unos 40 años cuando fue consciente de que para saber cuáles eran los efectos de la despresuración en el cuerpo humano, era necesario experimentar con un sujeto vivo. ¿Y quién mejor que todo un experto como él?

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Así fue, no dudó en ofrecerse como voluntario y participar en todas las pruebas para estudiar los distintos sistemas de oxigenación en aviones no presurizados y a alturas nunca probadas hasta entonces. Experimentó cambios increíbles de presión, pruebas de resistencia, y todo, sin quejarse y sin sufrir excesivos daños. No obstante, lo más intenso llegó el 10 de diciembre de 1954, cuando su cuerpo fue lanzado a una velocidad superior al de una bala.

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¿Resultado? Muchos de sus vasos sanguíneos estallaron, sufrió un derrame en los ojos y algunas costillas rotas, pero nada más. Estuvo unos meses guardando reposo para después, proseguir con las pruebas. John Paul Stapp estuvo casi 10 años como «sujeto experimental», para después continuar también como director médico y científico, consiguiendo que con todo ello, el mundo de la aeronáutica y la automoción, mejorara en calidad y seguridad.

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Te gustará saber también que fue nuestro protagonista quien divulgó e hizo famosa la ley de Murphy, llegando a publicar en 1992 una colección de estos principios que hicieron famosa aquella expresión de «Si hay algo que debe salir mal, saldrá mal».

Después de casi una vida dedicada al campo de la experimentación, había vivido muchos días de ese tipo, días en que todo salía del revés. De hecho, también acuñó la llamada ironía de Stapp, la cual ensalza aquello de «La aptitud universal para ineptitud, hace que cualquier logro humano sea en realidad un milagro increíble.» 

Un gran hombre al que sin lugar a dudas, le debemos muchas cosas.