El gran rey macedonio Alejandro Magno se alza por sí solo como una de las figuras históricas más admirables de nuestro pasado. Murió joven, no sin antes haberse convertido en el hombre más poderoso de la historia, capaz de extender su dominio por la Hélade, Egipto, Anatolia, Oriente Próximo y Asia Central, e incluso parte de la India… y ahora seguro que te preguntarás ¿y qué aficiones pudo tener una persona de semejantes cualidades, valentía e ingenio? ¿le interesaba la astronomía? ¿el ajedrez? ¿la papiroflexia tal vez?

Alejandro era un hombre de acción, como es de suponer. No debía tener pues aficiones precisamente relajadas. La realidad es que, según varios textos históricos, el rey macedonio tenía una  gran pasión y un sueño por cumplir: el submarinismo.

La curiosa afición de Alejandro Magno

Disponemos de un manuscrito del siglo XV que nos habla de algo realmente curioso: de cómo Alejandro Magno se sumergió en el mar en el año 322 a.C.  Parece ser que era una fascinación especial del joven rey, una pasión por todo ese mundo sumergido donde el hombre aún tenía vetado su dominio. Pero ¿cómo conseguir en aquella época el descender hacia esa dimensión acuática dominada por la presión y la carencia de oxígeno para la constitución humana?

En los textos recuperados no se explica cómo Alejandro ideó semejante idea, o quién le ayudo a ingeniar su táctica, pero el proceso pareció ser bastante complejo, y se basó en una rudimentaria pero efectiva máquina de inmersión formada por dos barcas, una invertida sobre la otra, unidas por tablones y revestida por varias capas de betún. ¿Curioso, no es así?

Bien, esta nave original estaba a su vez provista de unos orificios cubiertos de  vidrio, de un cristal transparente desde donde poder observar el medio en el cual iba sumergiéndose, al igual que el famoso batiscafo de Cousteau. O casi-casi… La nave de madera medía unos cuatro metros de largo con unos dos y medio en su parte central, teniendo espacio para dos personas. Desconocemos quién bajó junto a Alejandro, puesto que la única referencia que tenemos son las provisiones que se llevaron para tal aventura subacuática. A saber: una pierna de buey asada, pan, pepinos frescos y vino. Indispensable un buen vino griego.

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También se llevó con él lámparas de aceite y túnicas secas por si se mojaba más de lo debido. Realmente previsores. Los expertos nos dicen que se trata de uno de los primeros documentos que disponemos sobre submarinismo, desconocemos si la máquina en sí avanzó a lo largo de las profundidades, se sabe que descendió, eso sí, y que Alejandro estuvo unos cuántos minutos en su criatura submarina, viviendo en primera persona el que era uno de sus grandes sueños.

Según cuenta la historia y los testimonios registrados desde la Antigüedad, el rey deseaba ante todo ver a los peces nadar. Como muestra, disponemos de varios dibujos que representan a Alejandro en este precursor de lo que podíamos considerar un auténtico batiscafo. La imagen del mismo se halla en la entrada de un manuscrito del siglo XV que se conserva en la Biblioteca Británica. Todo un tributo a las curiosidades y a los sueños cumplidos, sin duda.

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