Eres periodista. Estás en una reunión de trabajo y llega tu turno. Comienzas a exponer tus sugerencias sobre cómo enfocar el próximo reportaje sobre el problema de las personas refugiadas y, de repente, un compañero te corta para, ¿qué? Para explicarte los conflictos en Oriente Medio a partir de la Segunda Guerra Mundial. Lo hace con un tono paternal que te pone de los nervios. Esta actitud de los hombres ya tiene un hombre: mansplaining, ¿quieres saber más?

El mansplaining irrita a las mujeres

No es nuevo. Las mujeres tenemos que demostrar el doble que los hombres para llegar al mismo que lugar que ellos. Pero una vez que lo hacemos, nos vemos obligadas a lidiar con una actitud que nos saca de quicio. Por alguna razón, ciertos hombres asumen que hay temas de los que no sabemos y, curiosamente, ese desconocimiento que se nos atribuye suele girar en torno a cuestiones académicas o científico-técnicas.

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El mansplaining (la suma de los conceptos «man» -hombre- y «explaining» -explicando-) es un claro síntoma de lo difícil que resulta a ciertos hombres vernos como a sus iguales. Por ello, cuando compartimos espacios se sienten impelidos a explicarnos los pormenores más básicos de dicha actividad. Así, de repente nos sorprendemos en medio de una conferencia sobre cualquier tema, sin habernos matriculado y sin necesidad de tamaña instrucción.

Por supuesto, ese mansplaining que tanto irrita a las mujeres casi nunca trata de cómo maquillarnos, planchar sin dejar ni una arruga o conseguir que nuestro bebé duerma pronto, ¿por qué? Porque dichas acciones supuestamente sí están per se en nuestra área de dominio. Aquí somos las voces cualificadas, la autoridad hecha carne. De hecho, no es extraño que se acerquen a nosotras para preguntarnos cómo planchar una camisa y, la verdad, es que muchas preferimos clavarnos agujas en las uñas antes que ocuparnos de las tareas domésticas.

Ellos se preguntan y ellos se contestan

Dentro del mansplaining, hay distintas tendencias. Una de las más curiosas es la de responderse a sí mismos. Os voy a contar algo que sé que nos ha ocurrido a muchas de las que trabajamos en internet y en la escritura.

Cuando conoces a alguien, una de tus primeras inquietudes es saber en qué trabaja. Cuando contamos a lo que nos dedicamos, no somos pocas las que hemos tenido que soportar una diatriba sobre la revolución que ha supuesto la red para el conocimiento. Se nos imparte un verdadero seminario de historia de las telecomunicaciones y sobre cómo su evolución cambia nuestra forma de estar en el mundo, para explicarnos lo importante que es nuestro oficio.

mujer oficina, nuevo trabajo

Mientras tanto, nosotras asistimos estupefactas a la clase magistral sobre algo que no solo dominamos, sino que hemos superado hace siglos. Pero, claro, nuestra profesión reúne todo aquello para lo que estamos genéticamente contraprogramadas: habilidades técnicas y un conocimiento tan amplio sobre determinadas materias que nos permite expresarnos y adoptar una postura ante las mismas. Técnica y academia, territorios vedados, hostiles a nuestra naturaleza.

Dicha creencia es la que subyace en esta actitud. Y por eso irrita a las mujeres. Es ese subtexto lo que marca la diferencia. Por ello, si una mujer incurre en una conducta semejante, no reaccionamos de la misma manera que si procede de un hombre. Es la raíz de la misma la que nos ofende y no ella en sí misma.

Es cierto que cada día hay más hombres interesados en detectar y cambiar esos tics. Si tú eres uno de ellos y quieres saber si alguna vez has practicado el mansplaining, hazte esta pregunta, ¿cuántas veces has contestado a algo que no te han preguntado, creyendo que esa persona lo ignora? ¿Cuántas veces esa persona es una mujer? Ahí tienes tu respuesta.

Imagen: komposita