Los llamaron Candy Bombers o Raisin Bombers. Aviadores que todos los niños berlineses aguardaban ver aparecer por el cielo de su ciudad; instante en que el mundo, en lugar de cubrirse de bombas, muerte y oscuridad, se inundaba de color y la dulzura de aquellos caramelos que los países aliados les enviaban, una vez la guerra había llegado a su fin.
Muchos recuerdan aquellos actos como un modo de «manipulación emocional» o incluso de simple propaganda política, pero la realidad es que muchos de aquellos niños crecieron recordando esos días como el final de una época y el inicio de un periodo, en que volvía a respirarse una emoción olvidada: la esperanza.
‘Operación Vittles’ y los inicios de la Guerra Fría
La Segunda Guerra Mundial había terminado, pero lejos de iniciarse un proceso de tranquila recuperación, las grietas se abrieron con complejos procesos de acuerdos y hostigamientos de los países aliados y la URSS sobre la Alemania de entonces. El país germano era casi como una tarta a punto de desmembrarse en esas dos mitades que todos conocemos y que tantos enfrentamientos y conflictos supusuieron posteriormente. Dos modelos distintos y dos ideologías que no llegaron nunca a reconciliarse.
Fue en 1948 cuando Stalin bloqueó los accesos por carretera y ferrocarril a Berlín, abandonando la ciudad a la penuria, negándole la llegada de alimentos y otros productos con los cuales subsistir. Eran ya los inicios de la Guerra Fría, un choque de poderes donde muchas víctimas quedaron en el medio de aquellas disputas.
Fue el 25 de junio de 1948 cuando los aliados pusieron en marcha un proyecto: enviar suministros y víveres a la ciudad de Berlín vía aérea, llamando a aquella aventura ‘Operación Vittles’
Cuando los caramelos caían del cielo
Los vuelos empezaron a abrir una nueva etapa. Los suministros alimenticios caían del cielo y Berlín podía -mínimamente- subsistir a duras penas hasta que los acontecimientos cambiaran un poco y desapareciera el bloqueo. Uno de aquellos pilotos, que regularmente efectuaba la ruta, era Gail Halvorsen, un americano de 28 años al que un buen día, cómo no, se le ocurrió dejar caer en un pañuelo unas cuantas chocolatinas y numerosos caramelos. Esperó a ver a un grupo de niños en una plaza y, simplemente, los dejó caer.
¿Y qué ocurrió después? Que un gesto casual se convirtió en todo un hito. Por que los días siguientes aquello se repitió, pero a gran escala. Se originó, entonces, una nueva misión para los Aliados denominada ‘Operación Little Vittles’.
Obviamente se siguieron suministrando víveres y la comida habitual, pero el envío de caramelos era ya algo básico e imprescindible. ¿Por qué? Seguro que ya lo estás sospechando: pura campaña de propaganda política. Los aliados eran los salvadores y los comunistas, ese bando malvado que hostigaba y que no respetaba ni a los niños.
Los Candy Bombers o Raisin Bombers eran esos héroes a los que tanta publicidad se les hizo, quienes capitaneaban una campaña de gran repercusión para contraatacar al enemigo soviético del momento. También debes saber que aquel acto supuso el alzamiento de muchas empresas confiteras y de caramelos que adquirieron gran fama, precisamente, por sus generosas donaciones de dulces. Caramelos y chocolates que caerían sobre la ciudad de Berlín en llamativos paracaídas (confeccionados a propósito para la ocasión) para aquellos niños que, diariamente, esperaban aquel regalo del cielo.
El bloqueo duró un año, desde 1948 hasta 1949. ¿Sabes cuántos caramelos, dulces y chocolates se llegaron a lanzar? Casi 23 toneladas. Un acto de propaganda pura, pero también un gesto que hizo felices a miles de niños y que, hoy en día, siguen guardando aquellos momentos como un tesoro de dulce esperanza que ilusionó esos tiempos de dificultad.
Si te ha gustado esta historia conoce también a Nancy Wake, la espía más buscada por la Gestapo.