Un poder es un documento legal que permite hacer algo en nombre de otra persona. Todos hemos oído hablar de los matrimonios por poder, en los que una persona sustituye a uno de los contrayentes y da el consentimiento en nombre del ausente gracias a un poder especial que se le ha otorgado. Son muchas las ocasiones en que alguien actúa «por poder». El caso que nos ocupa es parecido y a la vez muy diferente, acompáñanos a conocer lo que eran los suicidios por poder: mataban niños para ser juzgados y ejecutados. Conseguían morir, pero sin condenar su alma.
Los suicidios por poder o suicidios indirectos
A los ciudadanos del siglo XXI nos resulta increíble el razonamiento que inducía a las personas a los suicidios por poder. Vivimos en un mundo en el que la religión a perdido peso y en general las normas estrictas han dejado paso a una manera diferente de ver las cosas, pero no hace mucho tiempo no había piedad con los suicidas. Quitarse la vida era un pecado que no tenía perdón y se enterraba a los suicidas fuera del camposanto.
Durante el siglo XVIII ocurrieron en Austria y Alemania más de 300 asesinatos de niños relacionados con el suicidio por poder o suicidio indirecto. Se trataba de personas muy religiosas para las que suicidarse era un pecado imperdonable, pero que querían morir. Mataban a niños pequeños, recibían la absolución por ese crimen, el gobierno los ejecutaba y como no eran suicidas, podían entrar en el cielo una vez muertos. La Dra. Kathy Stuart ha escrito un libro y publicado numerosos artículos sobre el tema.
Uno de los casos más célebres fue el de Agnes Catherina Schickin. Agnes, una mujer de treinta años, que se trasladó desde su ciudad natal al pueblo de Krumhard. Allí entabló conversación con un grupo de niños pequeños que estaban jugando y consiguió que uno de ellos la acompañase a dar un paseo. Ambos fueron vistos en amigable conversación por varios lugareños. Al acabar la tarde, la mujer arrojó al niño al suelo, sacó un cuchillo y le rebanó la garganta. Acto seguido, se dirigió al pueblo y se entregó a la primera autoridad que encontró confesando el asesinato. Cuando le preguntaron que por qué lo había hecho dijo que el niño ahora estaba en un lugar mejor y que así ella sería ejecutada y podría abandonar el mundo.
La historia es un clásico de los suicidios por poder. Los suicidas indirectos, que eran gente muy religiosa, elegían niños pequeños ya que suponían que irían directamente al cielo porque no habían tenido tiempo de pecar. Como solían confesar su crimen de inmediato y explicar las razones, no eran sometidos a tortura como otros criminales. Simplemente explicaban que como suicidas hubieran ido al infierno, pero como asesinos recibirían el perdón y serían ejecutados, consiguiendo lo que deseaban: morir.
El hecho de que en la Iglesia Católica se considere el suicidio como un pecado mortal viene de San Agustín y está relacionado con el quinto mandamiento: «no matarás». San Agustín lo aplicó también al hecho de quitarse la propia vida. La diferencia estriba en que si matas a alguien estás a tiempo de arrepentirte y obtener la absolución, en cambio el suicida ya no puede confesarse porque está muerto y lo único que obtiene es la condenación eterna.
El suicida no tenía derecho ni a una misa fúnebre y mucho menos a ser enterrado en suelo consagrado, un asesino confeso y arrepentido, sí. Este es el razonamiento completamente absurdo y desquiciado de los suicidas indirectos.
¿Qué opinas de los suicidios por poder? ¿Habías oído hablar de ellos? ¿Conoces algún caso semejante? ¡Compártelo con nosotros!