A la reina Victoria de Reino Unido se la ha llamado la «abuela de Europa» ya que prácticamente todas las monarquías europeas la tienen en su árbol genealógico. Este hecho curiosos se debe a que la Reina Victoria y el Príncipe Alberto tuvieron 9 hijos y que a casi todos los casaron con miembros de otras casas reales, estableciendo unos lazos familiares que se creía favorecían las relaciones entre países. Sin embargo, las vidas de estos regios infantes no fueron tan maravillosas como podemos pensar. Acompáñanos a conocer las no tan fabulosas infancias de los hijos de la Reina Victoria.
Los Hijos de la reina Victoria
Los hijos de la reina Victoria y el príncipe Alberto fueron el fruto de un matrimonio que, a diferencia de la mayoría de uniones reales, partía de un amor verdadero. Entre ambos cónyuges existía una gran atracción física que supuso la llegada al mundo de 9 vástagos, 4 chicos y 5 chicas, entre 1840 y 1857. Sus nombres fueron: Victoria, Eduardo, Alicia, Alfredo, Elena, Luisa, Arturo, Leopoldo y Beatriz.
Los hijos de la reina Victoria debían ser un ejemplo moral y la base de una dinastía que debía extenderse por todo Europa. Su intención era conseguir la paz creando lazos familiares entre los gobernantes.
Reina Victoria y Príncipe Alberto
La reina Victoria y el príncipe Alberto formaron un matrimonio muy unido. Él quiso modernizar la familia real y alejarse de las antiguas tradiciones y costumbres haciéndola entrar en el siglo XIX. Intentó aumentar el afecto de la población y la protección de la monarquía británica para conseguir su supervivencia cuando sectores en el país y en toda Europa se dirigían a una etapa revolucionaria. Para conseguirlo, Alberto creía que su familia debía dar la imagen de unidad y respetabilidad.
Jugando con la incipiente comunicación de masas, se fotografiaban a menudo y esta aparentemente idílica familia consiguió que la reina Victoria fueran el monarca más amado de la historia de Gran Bretaña.
La infancia no tan fabulosa de los hijos de la Reina Victoria
A pesar de que los monarcas deseaban que la vida de sus hijos fuera lo más semejante posible a la de una familia británica de clase acomodada, eso fue imposible de conseguir. Vivían en una burbuja cerrada en la corte y sufrían las tensiones y hostilidades que en ella existían. Además la reina Victoria y el príncipe Alberto habían tenido infancias muy infelices, sufriendo ella el autoritarismo dominante de su madre y él el abandono de su mujeriego padre. No tenían ninguno de los dos un buen ejemplo a seguir y no sabían cómo debían actuar con su prole.
Como bebés no tuvieron prácticamente ninguna atención por parte de su madre que a su primera hija, por ejemplo, la «visitaba» dos veces al día. Este hecho tampoco era muy diferente a lo que ocurría en muchos hogares aristocráticos ingleses que buscaban nodrizas y ayas para que se encargasen de sus retoños.
Victoria odiaba estar embarazada y los historiadores creen que sufrió depresión post parto después de dar a luz. El príncipe Alberto marcó la diferencia ya que, mientras su mujer se dedicaba al gobierno del país, él se implicó directamente en la educación de sus hijos y especialmente con la primogénita se comportó como un padre moderno, atendiéndola y jugando con ella, muy diferente de la figura paterna al estilo de la época.
Sin embargo, Alberto elaboró para sus hijos un programa de estudios que seguía el modelo alemán con que lo habían educado a él y que lo había convertido en un erudito en muchos campos, pero que no tenía en cuenta las capacidades de los niños. El plan educativo se convirtió en una tortura y más aún cuando, si no alcanzaban las expectativas o eran desobedientes, eran azotados. En las clases de piano el propio príncipe Alberto golpeaba los dedos de sus hijos si se equivocaban en alguna nota. Además de lecciones intensivas de modales estudiaron idiomas, especialmente francés, alemán y latín, geografía, matemáticas y ciencias.
Victoria, la mayor, era sumamente inteligente y podía seguir las lecciones, pero algunos de sus hermanos padecieron un verdadero calvario con las exigencias paternas. El heredero, Bertie, fue un completo fracaso para su padre que pretendía moldearlo a su imagen y semejanza.
Como niños, los hijos de la Reina Victoria fueron halagados y adulados desde su nacimiento, pero en contrapartida se les exigía un comportamiento modélico en todas las ocasiones y desde luego una obediencia ciega a las indicaciones de sus padres. Esta contradicción creaba grandes tensiones en los niños. Alberto murió a los 42 años dejando a la reina Victoria desolada y desatendida la educación de los hijos que aún no se habían casado.
Victoria no se preocupó en seguir el proyecto académico de su marido, pero sí continuó mandando y casando a sus hijos con miembros de las otras cortes en un intento de crear una dinastía paneuropea que trajera la paz al viejo continente. Finalmente, incluso el díscolo, disperso y poco preparado Bertie, que reinó como Eduardo VII, resultó ser un rey muy aceptable, amado por su pueblo y con grandes dotes diplomáticas por su simpatía y encanto.
¿Sabías que la infancia de los príncipes nacidos de la Reina Victoria y el príncipe Alberto había sido así? Si quieres conocer más sobre los hijos de la reina Victoria, te invitamos a leer el post: ¿Tuvo la reina Victoria un nieto secreto? En él descubrirás la historia de la princesa Luisa.