El protagonista de nuestra historia de hoy, es un violín. Es otro superviviente del Titanic, aunque su vida no pudo salir a delante tras el desastre. De sus dos solitarias cuerdas ya no puede arrancarse ninguna música, su corazón está vacío y su madera, herida. Cuentan que su historia afina una melodía de desesperada tristeza, que fue un regalo de amor y que su propietario, Wallace Hartley, se hundió con él atando previamente una cuerda a su mano para no perderlo, para no perder el tributo de esa joven que le prometió un cariño eterno y con la que no pudo reunirse de nuevo para casarse con ella…
La leyenda del violín del Titanic es digna de incluirse en nuestro espacio para Supercuriosos, y aquí va nuestro sencillo homenaje.
El violín de Wallace Hartley
Wallace Hartley recibió la noticia de su vida cuando le dijeron que iba a ser el violinista y el director de la orquesta a bordo del RMS Titanic, en su viaje inaugural. Sabía que con él iba a ir su bien más preciado, el violín que su prometida Mary Robinson le regaló en 1910 cuando se comprometieron. Era un instrumento exquisito, en el cuál, la joven había hecho incluir en la parte posterior una placa con una inscripción: «Para Wally, con motivo de nuestro compromiso».
El trabajo a bordo del RMS Titanic era un buen modo de afianzar su futuro, así que no lo dudaron y fijaron su boda para cuando Hartley volviese del viaje inaugural de ese monstruo marino que tanta expectación había levantado en el mundo. Se despidieron con esperanzas y felicidad, contentos por la suerte de Hartley y ese futuro que les aguardaba a la vuelta de la esquina.
Pero ese futuro nunca llegó. La fatalidad es caprichosa, o puede que el hombre osara desafiar al destino construyendo ese «titán de los océanos», pero fuera como fuera, la noche del 15 de abril de 1912, el joven Hartley fue muy consciente de que, tal vez, su felicidad ya había cumplido su cuota. Y es aquí donde se inicia una de las leyendas más emotivas y curiosas del Titanic, la de la banda de música y sus ocho miembros.
Se sabe que Wallace Hartley los dirigía en medio de ese salón de primera clase, tocando con tranquilidad y maestría, intentando que los pasajeros, no perdieran la calma en ningún momento mientras se intentaba organizar la evacuación. La verdad es que no podemos imaginar la escena, nos es complicado pensar en esos hombres valientes siguiendo las partituras, mientras eran conscientes de que el barco se hundía. Disponemos de numerosos testimonios que afirman que la última melodía que interpretaron fue el himno «Nearer, my God, to Thee», hasta que el silencio, el desastre y la embestida del agua, se los llevó a los abismos de ese frío océano.
Hartley aún tuvo tiempo de atar el violín a su mano. Era su corazón, pues en él, se contenía el recuerdo de esa mujer a la que nunca volvería a ver, con la que nunca podría casarse, pero a quien dedicó, sin lugar a dudas, su último pensamiento. Su cuerpo fue recuperado 10 días después, junto al violín. Se ofició un entierro con todos los honores en Inglaterra, donde acudieron cientos y cientos de personas… Pero, eso sí, se dice que la White Star Line, le cobró a la familia la pérdida de su uniforme.
¿Y qué fue del violín desde entonces? La verdad es que se desconoce. La casualidad -o el interés- quiso que reapareciera en el 2006, entre las viejas cajas de un ático, ahí donde el instrumento dormía un sueño triste creyéndose olvidado en medio del polvo y del tiempo. Un hallazgo magnífico, pues nuestro querido amigo, a pesar de sus dos únicas cuerdas, sus grietas y sus heridas, se subastó en la firma británica «Henry Aldridge and Son», para ser vendido finalmente por la nada despreciable cifra de un millón de euros.
Junto al violín, se vendió también el estuche y la cuerda con la que Hartley la anudó a su mano. Una prueba de amor que a día de hoy, sigue entonando una melodía triste, pero que nos gusta recordar en pequeños tributos escritos como el que hoy hemos querido dejarte…
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