Nuestro nombre no solo sirve para identificarnos. Un nombre te sitúa en el mundo y te hace parte de él, te ofrece identidad, existencia e importancia para todos aquellos que hacen uso de él, aunque sea para castigarte. Aunque sea para indicarte que has hecho algo que no tocaba.
Si en alguna ocasión deseas conseguir cierta intimidad con alguien, o que empatice contigo, no dudes en decir su nombre en cada frase, en hacerlo con seguridad, calidez y cercanía. Todo ello causa un impacto emocional en quien tenemos delante: lo reconocemos, le damos valor.
Ahora ponte en la piel de un niño. En un niño huérfano en el que nadie se fija. Él es el protagonista de esta historia, y de él queremos hablarte. ¿Su nombre? No lo olvides, el nombre de esta criatura es Pietro.
Pietro, el niño que deseaba escuchar su nombre en boca de otras personas
Esta historia fue relatada por el periodista, psicólogo y escritor Juan Arias en el periódico «El País«. Sus primeras experiencias como psicólogo lo llevaron hace años a Roma, justo a un pequeño orfanato donde se aplicaba una dura disciplina con los niños, y que él mismo, deseó suavizar aportando un enfoque más emocional, más íntimo, más constructivo de cara al desarrollo óptimo de aquellos niños.
No obstante, en ocasiones, la propia educación resulta algo compleja. Nos limitamos a ofrecer un enfoque académico intentando que los niños encuentren el día de mañana una forma en que ganarse la vida, y por tanto, ser útiles a sí mismos y a la propia sociedad.
Ahora bien… ¿qué ocurre con sus necesidades, con sus carencias afectivas y emocionales? Esto es algo que no siempre se atiende de forma correcta en los orfanatos. Y es lo que le ocurría a Pietro.
Este niño tenía una costumbre muy característica. Casi de forma periódica, rompía el teléfono de la sala del director. ¿De qué le servía a él si nadie le llamaba? Pero esta no era la única razón por la que cometía tal travesura. Cada mañana, cuando el director veía el destrozo lo llamaba por megafonía para informarle del castigo. Y eso, era lo que Pietro deseaba. Que alguien pronunciara su nombre.
Era tal el aislamiento, tal la carencia de este niño, que era feliz solo con escuchar que alguien pronunciaba su nombre. Y más por megafonía. ¿Adivinas lo que hizo entonces el psicólogo y periodista Juan Arias? Pactó un pequeño plan con Pietro. Todos los días, antes de acostarse, él lo llamaría por teléfono. Ello implicaba cosas muy emocionantes: que pronunciarían su nombre por megafonía, que alguien le hablaba al otro lado de la línea, y que le deseaba buenas noches.
En ese auricular, existía un adulto que le ofrecía importancia al pequeño Pietro, que lo reconocía como persona y que le mostraba afecto deseándole que tuviera felices sueños: lo que todo niño merece. Al día siguiente, cuando Juan y Pietro se encontraban por los pasillos del orfanato, no se decían nada. Bastaba con una sonrisa cómplice.
Una bonita historia que deseábamos compartir contigo a modo de reflexión. No olvides pronunciar cada día el nombre de las personas que quieres. Es un gesto que crea grandes vínculos.
¿Lo haces ya?
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