Durante siglos a muchas mujeres se las sometió a una persecución implacable acusándolas de brujería. El más mínimo motivo o simplemente la venganza daban lugar a una acusación que, en manos de los tribunales, solía acabar mal para la mujer. Los jueces, civiles o eclesiásticos, conseguían las confesiones a base tormentos y suplicios. Conozcamos algunas de las terribles torturas que padecieron las brujas.
Las terribles torturas que padecieron las brujas
Durante los siglos que duró la persecución de la brujería es notorio el hecho de que los acusados fueran mayoritariamente miembros de clases bajas. Únicamente en los momentos de mayor terror fueron perseguidos miembros de clases altas o de la nobleza. Las favoritas eran las viudas campesinas y especialmente si tenían un carácter fuerte. A pesar de la creencia de que las acusadas de brujería en su mayoría fueron mujeres, en algunos países de Europa no fue así. En Islandia, por ejemplo, el 92% de los acusados fueron hombres y en Rusia más del 65%.
Cuando alguien era acusado de brujería, evidentemente, no confesaba. Se le sometía a durísimos interrogatorios y se les mostraban las torturas a las que iban a ser sometidos. A pesar de eso, no solían confesar excepto si padecían algún tipo de enfermedad mental, como en el caso de Lilias Adie, mujer que confesó mantener relaciones con el diablo. Finalmente se procedía a la tortura para que se autoinculpasen y delatasen a otros. Este sistema se utilizó especialmente desde 1468 cuando el Papa abolió las trabas legales existentes, como la limitación a una hora seguida de tortura. Adujeron que en los casos de brujería era muy difícil encontrar pruebas y el único sistema para condenar por este nefasto «crimen exceptum» era la confesión.
Los métodos utilizados eran muy variados. Además de las de torturas tradicionales, como el potro, la rueda, las empulgueras o la bota española, se sirvieron de algunos más imaginativos al tratarse mayoritariamente de mujeres. En Italia por ejemplo se utilizó la privación de sueño con un límite de 40 horas. Los ingleses también lo utilizaron pero en su caso no existía límite de tiempo. Otra tortura fue hacer que la supuesta bruja se sentara en un taburete al rojo vivo. Decían que así la mujer no podría volver a tener relaciones sexuales con el diablo. A pesar de que estaba prohibido torturar a una persona más de 3 veces, los jueces inventaban nuevos cargos para volver a torturarla hasta conseguir la confesión.
Merecen un capítulo a parte entre estas torturas las llamadas «pruebas de las brujas». Aunque no se utilizaban de forma oficial estaban muy extendidas en los tribunales. Entre las más utilizadas encontramos la prueba del agua consistía en sacar un objeto metido en agua hirviendo. También podía consistir en bajar atado a la bruja/o a un pozo y si se hundía es que era inocente -aunque en muchos casos moría ahogada-. La prueba del fuego en la que el acusado debía caminar sobre brasas, meter la mano en el fuego o trasladar un hierro ardiente o la prueba de la aguja, en ella si el sujeto tenía la marca del diablo, se pinchaba o quemaba la mancha y si sangraba se consideraba que no era diabólica.
A principios del siglo XVII, un jesuita alemán llamado Friedrich Spe, escribió una serie de libros contra la tortura y las confesiones obtenidas a través de ella. A partir de sus escritos algo empezó a cambiar dentro de la Iglesia Católica.
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Imágenes: Historiograf, El círculo mágico, John William Waterhouse,