La pintura es un escaparate del pensamiento de la época en que vivieron los artistas. Los cuadros y dibujos reflejan el sentir de la sociedad y su evolución en múltiples temas. Incluso durante el Renacimiento Italiano eran utilizados como muestrario de los tejidos que las ciudades-estado comercializaban. Uno de los casos más claros en que los pintores evidencian un sentir común es en la manera en que tratan la prostitución en el siglo XIX en Francia.
La prostitución en el siglo XIX en Francia
La pintura francesa desde mediados del siglo XIX a principios del XX, refleja mayoritariamente una sociedad urbana en evolución y que no rehuye en absoluto el tema de la prostitución. Algunas de las pinturas más importantes de este periodo nos hablan de este tema: Les demoiselles d’Avignon del español Pablo Picasso (son las prostitutas de la calle Avinyó de Bacelona), Olympia de Manet, Rolla de Henry Gerveux, Mujeres en la terraza de un café de Degás, etc. Para los pintores de esta época la prostitución, aunque queda relegada a la sombra, tiene un aura de modernidad, y muchos de ellos se inspiraron en esas mujeres para crear sus obras.
En Francia, durante el reinado de Napoleón III, se dictaron unas estrictas normas para regular la prostitución. Las mujeres que se dedicaban a este oficio debían registrarse en la policía, trabajar en un solo prostíbulo y pagar una tasa municipal. Se creó un cuerpo dentro de la policía que debía vigilar que se cumplieran todos los reglamentos. Se lo conocía como la Brigade des Moeurs (Brigada de las buenas costumbres o antivicio). Los periódicos de la época se hicieron eco de casos de mujeres que antes que ser llevadas ante la prefectura preferían suicidarse. Estas normas, dictadas desde el machismo más absoluto, sólo consideraban a las mujeres meros objetos para el placer masculino.
Se crearon las inspecciones médicas obligatorias para las féminas que se dedicaban a la prostitución. Los exámenes eran profundamente humillantes, y tal como se ve en la pintura de Toulouse-Lautrec, eran obligadas a hacer cola sin sus prendas interiores inferiores, a fin de ser reconocidas. Estas revisiones se hacían una vez al mes y eran obligatorias so pena de ser enviadas al juzgado y tener que pagar una multa. Lo que en principio era una buena idea pasó a ser una humillación más para esas mujeres. No sólo eran las víctimas de sus clientes, sino también de los burócratas insensibles.
Sin embargo, en esa época, existió una clase superior de mujeres dedicadas a la prostitución pero a un nivel más alto. Eran las cortesanas y gozaban de un estatus social muy diferentes de las que trabajaban en la calle. Eran ensalzadas y aclamadas por los artistas que en muchos casos hicieron de ellas sus musas. Una de las cortesanas más famosas fue Apollonie Sabatier, la llamaban «la Présidente» y a su salón acudieron figuras tan importantes como Delacroix, Flaubert o Baudelaire. Los artistas generalmente preferían tener la imagen de la prostituta feliz que ver la cruda realidad que nos mostró Toulouse-Lautrec. La mayoría, eran pobres chicas que venían de provincias y al llegar a París no habían tenido más remedio que prostituirse para subsistir, siendo en muchos casos víctimas de la violencia.
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