El tema de la moda y el arreglo personal no es nuevo. Los perfumes, los bálsamos y aceites, la cosmética en general, fue utilizada desde tiempos tan antiguos como el egipcio, e incluso desde antes.
Por eso no es extraño que hasta nuestros días lleguen noticias de cómo se peinaban antes las mujeres; hoy hablaremos de un período no tan lejano, el siglo XIX, y veremos qué peinados de la época victoriana se hacían las féminas de entonces, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos.
Los locos peinados de la época victoriana
El cabello, para empezar, era un activo muy valioso, y dependiendo de qué le hicieras y cómo lo peinaras, serías considerada más o menos bella –concepto que no ha cambiado mucho, la verdad–.
Claro que también había factores que influían en cómo se llevara, además de las modas; la religión, por ejemplo, indicaba que el cabello fuese recogido hacia arriba (sobre todo si la mujer era casada), y algo a tener en cuenta era que nunca se cortaba a menos que fuera absolutamente necesario.
Los peinados de la época victoriana reflejaban también conceptos morales, pues el que una mujer no se arreglara el cabello era visto como pecaminoso. Como solían tenerlo sumamente largo, debían rizarlo, enrollarlo y trenzarlo para lograr un cierto orden, y eso generó todo un universo de peinados que podían combinarse con plumas e incluso joyas.
Además, el cabello largo gustaba mucho a los hombres, de hecho, era un atributo sexual muy importante, y así se convirtió, entre las mujeres de clase media y alta, en uno de los puntos más significativos de su feminidad; en cambio, para las mujeres pobres y de clase trabajadora, resultaba muy costoso mantener en buen estado una cabellera demasiado larga, y solían vender su cabello a cambio de dinero en efectivo.
Piensa que para una mujer de la época, muchas veces lo único visible de todo su cuerpo era la cara y el cabello, y a partir de allí escritores y pintores alabaron las largas cabelleras femeninas. Se pensaba también que del cabello podría inferirse la personalidad de cada mujer: por ejemplo, si tenías tu cabello rizado, eras más dulce y natural que aquélla de pelo liso.
El cabello suelto estaba asociado a la sexualidad, y mientras más largo y grueso lo tuvieras, más pasional serías a los ojos masculinos.
Muchas debían recurrir a cabellos postizos para hacerse los peinados de la época victoriana, pues no todas tenían cabellos fuertes. Quizá por eso hoy vemos fotografías inglesas del siglo XIX mostrando a mujeres con su largo pelo cayéndole por la espalda, y así demostraban dos cosas: su atractivo sexual y la fortaleza de su cabello, que hacía innecesarios los moños artificiales.
Claro que una mujer respetable jamás luciría su cabello suelto delante de la gente; estaba más bien reservado para los momentos íntimos o para el arte, y eran las modelos de los pintores o las actrices quienes se atrevían a “soltarse el moño”.
Al pasar el tiempo, las modas de los peinados de la época victoriana cambiaron también. Teniendo en cuenta que este período comenzó más o menos en 1837 y terminó en 1901 –con el ascenso y muerte de la reina Victoria, respectivamente–, tenemos ciertos estilos según los años.
Por ejemplo, en 1848 las mujeres llevaban el cabello con raya en medio, peinándolo a los lados sin rizarlo, tapando las orejas y ajustándolo en un moño apretado bajo, hacia la nuca.
Hacia la década siguiente, rizaban y cardaban el cabello en la parte delantera para abultar el peinado; a finales del 60, el moño era colocado arriba de la cabeza, y estaban muy de moda las trenzas. O se recogían todo el cabello y lo peinaban hacia arriba, con las orejas al aire libre. Llevaban cintas y lazos coloridos.
A partir de los años 70, los peinados de la época victoriana se hicieron aún más elaborados, y el moño todavía más alto; en 1880, aparecieron los copetes, acompañados de rizos y tirabuzones, y a partir de 1890 comienzan a peinarse de forma más natural, y surge el llamado “peinado Gibson”, que aunque recoge el pelo, lo hace de una manera más suave.
Las mujeres utilizaban una gran cantidad de tiempo en el cuidado y limpieza de su cabello, y para que te des una idea, se publicó un libro en Inglaterra, en 1840, titulado Belleza femenina, conservada y mejorada por un régimen de limpieza y peinado, escrito por la señora A. Walker, en el que se explicaba detalladamente cómo y cuánto había que cepillarse el cabello, o con qué era mejor lavarlo y cada cuánto tiempo.
Un ejemplo:
“Una vez el cabello esté bien limpio con peines, habrá que cepillarlo con un cepillo hecho con cerdas finas, o mejor, hechas con raíces de arroz. El uso constante del cepillo limpia efectivamente la cabeza del polvo y la caspa; deberá hacerse alrededor de 10 minutos, en la noche y en la mañana, para preservar su apariencia brillante”.
La recomendación general era lavar poco el cabello, sobre todo para el cabello graso: cada 8 días con agua tibia. Y para la cabellera fina había que evitar pomadas y aceites, y no lavarse nunca el pelo.
Siempre para los cabellos grasos, recomendaba una mezcla de miel disuelta en algo de alcohol y perfumada con romero, lo cual era un perfecto sustituto del agua. También, como alternativa al lavado, la señora Walker aconsejaba usar raíces de lirio o clavel vueltas polvo y aplicar esta especie de talco por las noches, que actuaría como un absorbente de grasa, y por las mañanas cepillarse muy bien, durante los consabidos 10 minutos.
Había asimismo tintes, pero no los consideraban muy seguros. Lo que usaban mucho eran las pomadas para peinarse, existiendo para la época una muy popular de grasa de oso, llamada crema de Madame de Pompadour; pero después comenzaron a usarse lociones vegetales a partir de los aceites de coco, palma y oliva, untaban el cabello y a continuación lo trenzaban, lo rizaban, lo torcían y lo acomodaban en rollos alrededor de la cabeza o en grandes moños, como una suerte de crema para peinar.
Como ves, el afán femenino de cuidar del cuerpo es casi tan antiguo como nosotros mismos. Si te interesa este período de tiempo en particular, te recomendamos la lectura de estas modas inesperadas victorianas. Y también la historia del champú.