Cuando hablamos de suerte, enseguida pensamos en supersticiones, o en complicados rituales para atraer la “buena” y alejar la “mala”. ¿Pero en verdad existe eso de buena o mala suerte? ¿Hay personas afortunadas o desafortunadas?
¿Acaso la suerte existe? ¿Buena o mala?
Irracionalmente, todos hemos pensado en algún momento que si hacemos tal o cual cosa, influiremos en el curso de los acontecimientos, o alejaremos la “pava”, la “mala leche”, la “kencha”, o como quiera que se diga en nuestro país de origen. Alejar la mala suerte, de hecho, es una función importante de muchos amuletos que cargamos con nosotros, y sin los cuales a veces no sabemos cómo “andar por el mundo”.
Si sentimos la necesidad de alejar la mala suerte o atraer la buena, ¿será que entonces existe esa condición? Y si existe, ¿se puede medir? Para contestar estas preguntas, un estudiante universitario –miembro de la Asociación de Escépticos de Nueva York– decidió hacer un estudio.
Mark Levin, que así se llama nuestro escéptico, se propuso en 2010 realizar un experimento con un grupo de personas; debían comprobar su suerte con un sencillo juego de cara o cruz en una computadora, pero a algunas de ellas Levin hizo que se les cruzara un gato negro.
Además de comprobar cuánta gente siente todavía cierto recelo por los hermosos gatos negros, los resultados también demostraron que la visión del felino no influyó para nada en la suerte de los participantes (por lo menos en el juego de cara o cruz).
A pesar de un enfoque racional, seguimos pensando que hay gente “con mala suerte” y gente “con buena suerte”. La respuesta no puede ser menos esotérica: tiene que ver, principalmente, con las oportunidades. Hay gente que tiene más oportunidades que otras, pero no sólo eso, también saben “verlas” y aprovecharlas.
Por eso, el doctor Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire (en Reino Unido), fundó una escuela muy peculiar, la Escuela de la Fortuna, en donde a los estudiantes se les enseña que nadie nace con buena o mala suerte (y en consecuencia, nada hacen los amuletos o talismanes), sino que es nuestra actitud hacia la vida lo que determina nuestro éxito o fracaso.
En este sentido, Wiseman afirma que una persona supersticiosa que cree firmemente en su mala suerte, se sentirá mucho más tensa en determinadas ocasiones y evitará romper espejos, cruzarse con un gato negro, pasar por debajo de una escalera, abrir un paraguas dentro de la casa o cumplir con cualquier ritual que sienta de mal augurio; si acaso sucediese algo, esta persona con certeza se sentirá súper estresada, conducirá peor y en general estará más distraída, lo que con seguridad provocará un accidente…
Sin embargo, como especie seguimos creyendo en la suerte, creemos en presagios (no olvidemos que el pensamiento racionalista o científico alcanza quizá los 500 años), y tal vez nos sentimos mejor si practicamos determinados rituales porque así influiremos en nuestra vida.
Filósofos como Jean-Paul Sartre, o científicos como Sigmund Freud, pensaban que creer en la suerte, o atribuir los logros o penalidades de la propia vida a esta “percepción”, tenía más que ver con cierta irresponsabilidad personal, que te aligera la carga si te equivocas.
En todo caso, una buena actitud ante la vida puede más que esa suerte supersticiosa, y aprender a ver las oportunidades es lo que hace verdaderamente la diferencia. Si nos acostumbramos a pensar que todo nos sale mal, la consecuencia es que todo nos saldrá mal. Es como una “profecía autocumplida”.
Tener una actitud positiva requiere esfuerzo de nuestra parte; acostumbrémonos a pensar que todo nos saldrá bien, y a ver que los “fracasos” son sencillamente una manera más eficaz de aprender, pero no necesariamente la única.
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