En Nicaragua, a 20 km. de la capital del país, Managua, está una de las llamadas «puertas de entrada al infierno». En Supercurioso os hablamos de dónde las situaba la tradición. En esta ocasión conoceremos más detalladamente la historia de una de ellas, la que preside la Cruz de Bobadilla, que lleva 500 años vigilando esa entrada al averno. La actual cruz es una réplica de la original, pero sigue igual de atenta.
La Cruz de Bobadilla, 500 años vigilando la entrada al infierno
A pocos kilómetros de Managua se encuentra uno de los 7 volcanes activos del país: el Masaya. Su cráter actual, llamado Santiago, tiene una altitud de 635 metros y emite de manera continuada gas de dióxido de azufre. Desde 1520 se han registrado 18 puntas de actividad volcánica, incluidas las erupciones.
Si sumamos el fuego y el azufre, ya tenemos los parámetros por los que fue considerada en el siglo XVI una puerta al inframundo. Pero, los misioneros españoles no fueron los primeros en marcar el volcán como algo extraordinario. Los indígenas, los Chorotegas, veneraban el volcán desde hacía siglos y al parecer consultaban a un ser, una especie de bruja, que vivía en su interior. Ésta avisó a los caciques de la llegada de los españoles y de que una vez que éstos llegasen a esas tierras, ella desaparecería para siempre.
La leyenda del volcán y de su extraña habitante llegó a oídos de los españoles y los misioneros quedaron especialmente impactados por la historia. Según relatan las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo, decidieron que si moraba entre fuego y azufre no podía ser una bruja, sino el mismísimo diablo. Así, fray Francisco de Bobadilla, en 1529 hizo levantar una cruz en el borde del cráter. Quería exorcizar el volcán bautizando el cráter. Creía que así expulsaría al demonio que habitaban en él o por lo menos le impedirí salir del infierno en busca de almas humanas. La inmensa cruz allí plantada recibió el nombre de Cruz de Bobadilla.
Un tiempo después, en 1538, otro fraile llamado fray Blas del Castillo, decidió hacerse bajar con una cuerda y poleas desde lo alto del cráter del volcán. El monje pensaba que los ríos de lava dorada podían ser ríos de oro derretido. Lo que vio en su descenso lo dejó tan aterrorizado que al subir explicó que no era oro lo que discurría por el fondo del cráter, pero que allí había, efectivamente, una entrada al infierno. A partir de ese momento una de las penitencias que imponían los sacerdotes de la época era subir hasta el volcán y mirar hacia su interior tanto tiempo como se pudiera. Los clérigos creían que ante la visión de lo que les esperaba en el infierno, ningún hombre seguiría pecando.
Si te ha interesado la leyenda y la historia de este volcán que vigila la Cruz de Bobadilla, quizá quieras leer el post sobre otra supuesta puerta al infierno: la del monasterio del Escorial.