Que un cuerpo vivo arda hasta consumirse sin mediar ningún tipo de fuente externa de ignición es un hecho completamente anormal. En Supercurioso ya os hablamos de este fenómeno en nuestro artículo Combustión Espontánea, ¿mito o realidad?. En esta ocasión os traemos un caso ocurrido en el siglo XVIII: la extraordinaria combustión espontánea de Cornelia Zangari.
La extraordinaria combustión espontánea de Cornelia Zangari
Al parecer, el caso de Cornelia Zangari es citado por el escritor británico Charles Dickens en el prefacio de su novela Bleak House (Casa Desolada, 1853). A partir de esta mención, la combustión espontánea se hizo un tema muy popular y en especial el caso de la condesa Zangari.
La combustión de Cornelia fue reportada por Giuseppe Bianchini (1704-1764) erudito y científico, que fuera asesor de los papas Clemente XII y Benedicto XIV, en un informe titulado: «Parere sopra la cagione della morte della Comtessa Cornelia Zangari«. En el relato explica que la condesa, que era de Césena, una ciudad de la región Emilia-Romaña en Italia, tenía 62 años y un considerable sobrepeso cuando murió. Había pasado el día con normalidad, aunque al llegar la noche se sintió cansada y con pesadez y se retiró a su dormitorio acompañada por su criada. Estuvieron hablando, rezando y preparándose para dormir durante casi tres horas. Pasado este tiempo la sirvienta se retiró hasta el día siguiente en que, extrañada de que su ama no la llamase a la hora habitual, entró en la habitación.
La encontró a un lado de la cama calcinada, sólo quedaba de ella un montón de cenizas entre las que destacaban íntegras las piernas, de los pies a las rodillas, 3 dedos ennegrecidos y un trozo de la cabeza medio quemado. Eso sí, curiosamente, las medias permanecían intactas en las piernas. Las cenizas al tocarlas dejaban en la mano un resto graso y maloliente. En la habitación flotaban restos de hollín y un extraño olor a sebo. En el suelo se encontró una lámpara sin aceite y cubierta de ceniza. Por el hedor y la cantidad de sustancia grasienta que cubría la zona donde se encontró el cadáver se dio por sentado que era imposible que la lámpara, accidentalmente, hubiera sido la causa de la combustión. La cama estaba intacta; sábanas y mantas estaban medio abiertas de manera que indicaban que la mujer se había levantado de ella con normalidad. ¿Qué había ocurrido? La solución para la época fue fácil: la condesa era una bebedora empedernida y en ese momento se creía que una persona que consumiera mucho alcohol podía prender y calcinarse.
Los peligros de la combustión espontánea eran utilizados, frecuentemente durante el siglo XVIII en Gran Bretaña, para combatir los excesos de la bebida desde el púlpito. Los predicadores solían amedrentar a los bebedores diciéndoles que si bebían en demasía podían ser víctimas de ese fenómeno. Era una manera por parte de la Iglesia de combatir los males del alcohol. Sin embargo, Bianchini, el autor del informe, apunta que la condesa pudo ser víctima de un rayo que entró por la ventana abierta en el momento en que se puso en pie junto a la cama.
Actualmente se cree que muchos de los 200 casos reportados desde el siglo XVIII fueron debidos al «efecto mecha»: se ha comprobado que un cuerpo puede quemar durante horas, hasta prácticamente calcinarse, por efecto de una chispa que hace arder la tela que lo cubre y derretirse la grasa corporal. Ésta impregna nuevamente la tela quemada que actúa como una mecha que durante horas sigue ardiendo y carbonizando las partes del cuerpo que están en contacto con la ropa.
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