Hoy en día nos parece que determinadas acciones, especialmente cuando van dirigidas contra las mujeres, son cosa de pueblos que permanecen sumidos en el atraso y en la incultura. Por eso nos resulta imposible creer que una costumbre tan bárbara como la venta de esposas se practicase aún en Gran Bretaña a principios del siglo XX, pero es así. Descubre en qué consistía la increíble venta de esposas que los británicos no persiguieron hasta entrado el siglo XX.
La increíble venta de esposas en Inglaterra hasta el s.XX
Al parecer, la venta de esposas empezó en Inglaterra en el siglo XVII como método para poner fin a un matrimonio cuando no se disponía de los medios económicos suficientes para conseguir el divorcio. Sin embargo, se cree que la costumbre pueda realmente remontarse al siglo XIV y que legalmente no tenía base alguna, aunque tampoco era perseguida por la ley. En 1901, el escritor James Bryce explicaba que en zonas rurales la venta de esposas aún se daba; aunque únicamente la practicaban las clases más desfavorecidas y que ocurría en muy pocas ocasiones.
Ese derecho no escrito se sustentaba en el hecho de que a partir del matrimonio las mujeres no eran dueñas de sí mismas, sino propiedad del esposo. Su existencia legal quedaba suspendida y el marido asumía todos los derechos sobre ella. Si se quería poner fin a un matrimonio, en Inglaterra tenían 5 maneras de hacerlo; la última de las cuales, que no era ilegal sino «alegal», era vender a la esposa. Varios autores afirman que era un método que se utilizaba cuando la pareja ya no se aguantaba más y la esposa, que no podía subsistir por si misma, prefería cambiar de marido antes que continuar con el que tenía. En muchos casos, al parecer, el comprador ya era amante de la esposa. Para el marido, esa era una manera de librarse de su mujer y de las obligaciones matrimoniales económicas, ya que a partir de la transacción no debía mantenerla. A su vez, el amante tenía una cobertura ante una posible acción legal.
Aunque quizá fuera así en algunos casos, no lo era en todos. El ritual era humillante y consistía en hacer desfilar a la esposa con un cabestro en su cuello, cintura o brazo y era vendida al mejor postor. A partir del s. XIX muchas de esas ventas acabaron en los tribunales y levantaron encendidas protestas. Los jueces, sin embargo, en muchas ocasiones consideraron no tener derecho a intervenir en la venta, e incluso se dieron casos en los que obligaron al marido a subastar a su esposa para mantener al resto de su familia.
Para ilustrar estos hechos nada mejor que una historia verdadera que fue publicada en «La Revista del Caballero» (Volumen nº4, abril de 1832, pág. 347) y que os resumimos: Estaba el segundo duque de Chandos, Henry Bridges (1708-1771), alojado en una posada cuando vio a un mozo de cuadra que golpeaba a su esposa de una manera muy cruel. Él, horrorizado, le compró a la mujer por media corona. La chica era joven y bella y ambos se enamoraron. El duque la educó y entrenó como si fuera una gran dama y cuando el esposo murió, se casó con ella. Cuando la mujer, ya viuda, estaba en su lecho de muerte, reunió a todos los de la casa y les explicó su historia para que vieran que hay que confiar en la Providencia. Ella había pasado de la peor de las miserias a la mayor prosperidad.
Lo verdaderamente curioso es que el «periodista» no da la menor importancia al hecho de la venta de la esposa, sino a que ella hubiera ascendido meteóricamente de clase social. Esta costumbre se extendió a Australia, Gales, Escocia e incluso a los Estados Unidos hasta su extinción a principios del siglo XX.
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