Jesús García Corona tenía 25 años cuando por salvar a los habitantes del pueblo de Nacozari, Sonora-México, sacrificó su vida. Aquel fatídico día parecía haberse entrelazado con los hilos del destino. Curiosamente, el 7 de noviembre de 1907, este héroe mexicano tuvo que asumir la conducción de un tren que no le correspondía manejar esa mañana, pues su compañero Alberto Biel se encontraba enfermo.
Así, inició un trayecto inesperado, calamitoso, hasta el final de su corta existencia para luego inmortalizarse en la memoria de los locales por el valor de su hazaña.
El héroe mexicano que salvó a todo un pueblo minero en 1907
Eran tres viajes los que debía realizar García para completar la misión. Un recorrido de cuatro kilómetros, una distancia relativamente corta…pero la locomotora que le fue asignada al joven maquinista transportaba toneladas de la más potente dinamita, que iba rumbo la mina de Pilares.
La primera parada se ejecutó sin contratiempos, aunque la máquina presentaba algunos problemas. El contenedor que mantenía controladas las chispas de carbón para la quema del combustible, no funcionaba correctamente. La precariedad de la situación se evidenciaría con la segunda parada, después de que un mensajero le notificara a García que debía cargar unas diez toneladas más de dinamita para llevarlas a la mina.
Mientras que los ingenieros transportaban la carga a los vagones, el héroe mexicano aprovechó unos minutos para visitar a su madre que vivía cerca de la estación, en Nacozari. El encuentro fue extraño, la madre de García se mostraba angustiada, inquieta. Dentro de ella había una lucha, un nudo inexplicable, que entre sollozos y a duras penas pudo confesar a su hijo el presentimiento de que esa sería la última vez que lo vería. El sexto sentido maternal, uno que pocas veces falla, se anticipaba a lo que ocurriría después.
Los ingenieros, por equivocación, colocaron el cargamento de dinamita cerca de la caldera en lugar de disponerlo en el extremo de la locomotora. Ya en marcha hacia la mina, los trabajadores que acompañaban a García le gritaban con desespero: «¡hay humo en el polvorín!». Los chispazos se hacían cada vez más poderosos, acercándose vertiginosamente al cargamento de dinamita. No quedaba mucho tiempo.
Quienes viajaban en el tren le ordenaron a García que frenara para unir esfuerzos y extinguir el fuego. Sin embargo, García sabía que esto no era posible, ya que en ese tramo no había agua. El viento soplaba en contra y las llamaradas rápidamente se expandían en el tren. Había explosivos suficientes como para destruir al pequeño pueblo minero… cientos de vidas se perderían. Era una bomba de relojería.
García, a sabiendas de que no había salida, como el capitán que se hunde en su barco pidió a sus acompañantes que saltaran del tren. En medio de tanta angustia, no cuestionaron la petición de su compañero y se arrojaron a la maleza. Rápidamente, el héroe mexicano procedió a conducir el vehículo llameante, a máxima velocidad, para alejarlo tanto como pudiera del pueblo.
El estallido pudo notarse en todo el lugar. El estruendo sacudió casas, estalló vidrios, pero el fuego no alcanzó a sus habitantes, solo murieron 13 personas que desafortunadamente se encontraban demasiado cerca del punto de la vía donde ocurrió la explosión. La locomotora se redujo a cenizas junto al valiente joven, que con su proeza evitó una desgracia aún mayor.
Aunque poco conocido en otras partes del mundo, en el estado de Sonora promulgaron varias leyes para rendir tributo al héroe mexicano: humilde, honesto, serio y profundamente humano, como lo describían sus conocidos. El Día del Ferrocarrilero, celebrado en el aniversario de su deceso, es uno de los decretos. También se han escrito canciones para conmemorar a quien ofreció la vida para salvar a su gente. ¿Sabías sobre él? ¿Qué te ha parecido su historia?
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Imágenes: Wikipedia, Museo Ferrocarriles, Obson.