En Supercurioso hemos investigado casos increíbles de supervivencia humana, como el de Roy Sullivan: el pararrayos humanos. Esta vez nos fijamos en un hombre del siglo XVII que fue muy especial:
En 1684 un joven francés de 17 años llamado Jean-Baptiste Mouron fue acusado de incendiario. Su condena fue desproporcionada, ya que trataba de ser un ejemplo para todos los revolucionarios. El castigo que se le aplicó fue de 100 años y un día en galeras.
La noticia debió ser un duro golpe para Jean-Baptiste, ya que eran muy pocas las posibilidades de sobrevivir a una condena a galeras.
¿Qué era la condena a galeras?
La condena a galeras consistía en cumplir la pena de privación de libertad remando – durante el tiempo que fuera necesario – en una Galera del Rey, el arma naval más usada en la época. Este castigo era considerado el peor que podía tocarte en suerte y fue justamente el que le tocó a Jean-Baptiste, ya que Franca era uno de los países que lo empleaban al igual que España, Italia i Rusia Imperial.
Imaginemos a un joven Jean-Baptiste que sube por primera vez a una galera y queda rebajado a la condición de «galeote», de esclavo. El trabajo de galeote era físicamente agotador y requería de una potencia muscular bestial, por eso, por aquel entonces, se creía únicamente aplicable a los varones.
Los galeotes debían remar a la vez, constantemente, por eso solían definir la cadencia de remado con la voz o con un tamborilete.
¿Cómo era vivir en galeras?
El trato que recibían era vejatorio. Una vez llegaban a la galera, eran encadenados a su sitio asignado y cada mucho tiempo era cambiados por otro galeote de refresco. El hecho de estar amarrados al buque los hacía víctimas fáciles durante una batalla: si la nave se hundía, ellos lo hacían con ella.
No hace falta decir que no tenían ningún lugar especial donde hacer sus necesidades ni comer. Todo se realizaba en tu sitio. Esto originó la idea popular de que era fácil saber que se acercaban las galeras por el hedor que desprendían.
Los galeotes no se alimentaban de delicias, ni mucho menos. Solían comer un tipo de pan que sólo era comestible si mojaba con agua y una ración diaria de legumbres con aceite.
Es importante añadir, además, que a un galeote no le estaba permitido enfermar o ser problemático. En ambos casos tenías dos opciones: ser lanzado por la borda o revendido a los esclavistas.
Jean-Baptiste era un galeote. Un prisionero obligado a remar en unas condiciones infrahumanas durante un siglo entero, únicamente por expresar sus ideas. Pero…
¡Las galeras no fueron suficiente!
En 1784, contra todo pronóstico, Jean-Baptiste Mouron, sobreviviendo a quienes le habían condenado y a la terrible experiencia de las galeras, regresó para recibir su libertad a los 117 años.
Cabe añadir que, lamentablemente, pocos días después de acabar con su condena, falleció, anciano, cansado y marcado por una existencia terrible, pero ante todo: libre.
La historia de Jean-Baptiste es un ejemplo de voluntad de hierro, de alguien que lucha contra viento y marea para disfrutar de su objetivo, aunque sea por poco tiempo. Un personaje desconocido que realizó una hazaña realmente increíble.
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