Tal vez existieran las historias de amor, pero lo cierto es que en el siglo XVIII eso era algo realmente impensable en las cortes europeas. Los matrimonios se pactaban según intereses políticos o estratégicos, en ocasiones cuando los futuros esposos eran apenas unos niños. Eso fue lo que ocurrió con Fernando VI y Bárbara de Braganza. Lo sorprendente es que el suyo fue un matrimonio por amor… al menos después de conocerse y tras una curiosa historia.
La historia de amor de Fernando VI y Bárbara de Braganza
Fernando tenía solo 12 años cuando se pactó su matrimonio con la hija de Juan V de Portugal, Bárbara de Braganza. Hasta aquí, nada extraño. Lo singular de esta historia comenzaría llegado el momento en el que los jóvenes debían desposarse.
Mientras se negociaban los términos del matrimonio, cuestión fundamental, la corte española pidió un retrato de Bárbara. Tal vez se hizo solo por seguir una costumbre protocolaria… o tal vez por las habladurías que corrían sobre el aspecto de la joven. “Fea, gorda y con viruela”, así se la describía. Y era cierto.
“Ha quedado muy mal tratada después de las viruelas y tanto que afirman haber dicho su padre que sólo sentía hubiese salir del reino cosa tan fea”, decía de ella el entonces embajador español en Lisboa. Así, no puede extrañar que el retrato de la infanta no acabara de llegar y que cuando lo hiciera estuviera convenientemente “retocado”.
Casados ya por poderes, se conocieron en Badajoz en enero de 1729. Y parece que la primera impresión mutua no fue precisamente buena. Sin embargo, ocurrió lo que parecía imposible y, desde luego, nada frecuente en parejas reales: se enamoraron perdidamente.
Bárbara no era agraciada, pero a cambio era sensible, inteligente y muy culta. Amaba la lectura y la música y hablaba con soltura varios idiomas. Fernando, por su parte, era tímido, melancólico y nada belicoso. Ninguno había recibido ningún tipo de afecto en su vida, y tal vez por ello empezó a nacer entre ellos una complicidad que acabaría convirtiéndose en amor verdadero.
Casi 30 años duró su matrimonio y al parecer nunca hubo desavenencias. Solo lo oscureció que nunca llegaron a tener hijos. Bárbara enfermó y murió en el verano de 1758. Y ese sería el principio del fin para su amante esposo, que roto de dolor decidiría retirarse al castillo de Villaviciosa de Odón, muriendo poco después.
Pero su historia de amor no acabaría ahí, casi podría decirse que aún continúa. Al no ser madre de rey, Bárbara de Braganza no podía ser enterrada en el Panteón Real de El Escorial. Por ello había ordenado construir el convento de las Salesas Reales, donde ambos reposan juntos. Fernando VI no quiso abandonar a su mujer ni en la vida ni en la muerte, por ello es uno de los dos únicos monarcas españoles cuyos restos no descansan en El Escorial.
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