En muchas ocasiones los profesionales de la salud, en especial los que trabajan en urgencias, encuentran en el interior de las personas objetos sumamente extraños. En el siglo XIX y principio del XX había algo que con cierta frecuencia los galenos encontraban alojado en la vejiga de las mujeres: La corteza de olmo, un abortivo histórico y sus peligros. ¿Por qué estaba en la vejiga y no en el útero?
La corteza de olmo, un peligroso abortivo
Muchas mujeres a lo largo de la historia se han visto en la necesidad de interrumpir un embarazo. En la antigua Babilonia, si una mujer abortaba su castigo era morir empalada, en cambio, en Grecia y Roma el llevar adelante la gestación se dejaba en general a discreción de la madre, cuando el estado no intervenía para regular la población, y los médicos no tenían inconveniente en realizar la operación.
Con la llegada del cristianismo esta práctica cambió y a partir del siglo II existen leyes condenando al destierro a las mujeres que hubieran abortado y penando a los que lo habían practicado.
En la Edad Media y siguiendo a San Agustín se distinguía entre corpus formatum y corpus informatum para decidir si un aborto era equiparable a un homicidio o no. A los 40 días los fetos de varones y a los 80 los de mujer, se consideraba que recibían el alma y por tanto no se podía abortar libremente. A partir del siglo XVII se dictaron leyes severas penalizando el aborto y no fue hasta principios del XX que empezó a legislarse en algunos países para casos como cuando peligraba la vida de la madre, etc. Actualmente cada país tiene su legislación más o menos permisiva. Sin embargo, durante siglos las circunstancias y los peligros que corrían las mujeres para conseguir abortar eran en muchos casos escalofriantes. Entre los métodos más usuales utilizados en siglos pasados encontramos algunos como las agujas de hacer calceta, la percha o la corteza de olmo.
Fue un médico inglés de principios del siglo XX el que reportó varios casos en los que había encontrado corteza de olmo, de una variedad conocida como «olmo resbaladizo», en la vejiga de sus pacientes y quiso saber como había llegado ahí. La respuesta era sencilla: se trataba de un error al tratar de introducir la corteza de olmo en el cuello uterino para provocar un aborto. Para que produjera el efecto que buscaban las mujeres se ponía a remojo la parte interior de la corteza del olmo, que se volvía sumamente resbaladiza y se introducía por vía vaginal. En este proceso, algún fragmento era fácil que se deslizara hacia la vejiga y quedara alojado allí formando cálculos y produciendo molestias e infecciones.
La corteza de olmo resbaladizo, situada en el cuello uterino, absorbía agua y se inflaba, provoca contracciones e induciendo al parto o al aborto. El problema de este sistema era que con suma facilidad se producían infecciones que podían llegar a ser mortales. La corteza del olmo resbaladizo no es estéril y suele contener esporas de la bacteria que causa la llamada gangrena gaseosa, a causa de la cual fallecían muchas mujeres que se sometían a este procedimiento abortivo.
Tristemente, en algunos lugares las mujeres siguen utilizando actualmente este peligrosísimo e histórico sistema de interrupción de un embarazo. Si quieres conocer más sobre la historia de la contracepción o el aborto, quizá quieras leer:
– Infanticidio, aborto y contracepción en la Antigua Grecia
Imágen: Ulmus, Toulousse Lautrec «La inspección médica» (1894)