Son muchas las veces que llevamos la mirada al cielo, expectantes por ver algo. Nos fascinan todas esas maravillas que surcan nuestro misterioso espacio, sus luces, sus lluvias de estrellas, esos meteoritos que cruzan la inmensidad en las noches despejadas y que nos inspiran algún que otro deseo.

Pero lo que nunca esperamos, es que algo procedente del espacio irrumpa en nuestro hogar justo cuando hacemos la siesta. Justo cuando solo queremos tranquilidad después de un día de trabajo. Esto es lo que le ocurrió a la señora Ann Hodges, una mujer a la que, sin quererlo, la vida se le complicó ligeramente el día en que un meteorito cayó en su regazo.

El día en que un meteorito cayó sobre la señora Ann Hodges

Era martes. Una tarde tranquila del 30 de noviembre de 1954, en Oak Grovede, en Sylacauga (Alabama). La señora Hodges dormitaba en su sofá mientras escuchaba la radio, relajada e incapaz de imaginar lo que en pocos segundos iba a ocurrir en su propia casa. Escuchó un violento estruendo, un golpe ensordecedor que atravesó el techo de madera sobre su cabeza y que, al instante, dio paso a un objeto que golpeó su radio para, seguidamente, rebotar contra ella. Primero en la mano y luego en su costado izquierdo.

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Sintió tanto pánico que ni siquiera fue consciente del dolor durante un buen rato. El suficiente para poder llamar a su marido y a las autoridades. Después, se acercó poco a poco aquello que había entrado en su casa ¿era una roca? ¿cómo podía esa roca haberse colado así porque sí en su casa? Después tuvo que sentarse, el dolor del costado ya le estaba haciendo perder el conocimiento…

Y ahora ¿a quién pertenece el meteorito?

Era un meteorito de nada más y nada menos que de tres kilos y medio, una buena pieza que llenó de extrañeza a la señora Hodges y a su preocupado marido. Al poco, a aquella casa de la tranquila comunidad de Oak Grovede empezaron a acercarse los curiosos y todas las autoridades de la región, desde el jefe de policía, al alcalde, el juez, los periodistas y algunos médicos. A las pocas horas la casa se llenó de las personalidades de más alto renombre: el ejército norteamericano envió a un representante de la Fuerza Aérea para que se hiciera con el ejemplar, sin preguntar, directamente. Observó durante unos segundos el meteoríto para, después, ponerlo en una bolsa y llevárselo.

La señora Anne Hodges con el hematoma producido por el impacto del meteorito.
La señora Anne Hodges con el hematoma producido por el impacto del meteorito.

Y eso no podía ser. El señor y la señora Hodges no vieron ese gesto como algo adecuado, ya que el meteorito «había elegido» caer en su casa y, por tanto, les pertenecía a ellos. Las autoridades de Sylacauga, por su parte, apoyaron en todo momento la decisión del matrimonio, a pesar de que las fuerzas armadas tenían todo derecho a confiscar el meteorito, puesto que era un objeto científico que requería ser estudiado.

Pero Ann Hodges, la auténtica protagonista de esta historia, era valiente y obstinada, así que no dudó en contratar un abogado y presentar una demanda contra el ejército de los Estados Unidos. Pero como en todo buen conflicto, siempre existe un tercero en discordia y este era el señor Guy, casero de los Hodges y propietario de la casa donde había caído el meteorito. Decía que él era el auténtico propietario de dicho objeto, aunque lo que se calló durante un tiempo era que un coleccionista le ofrecía cerca de 5.000 dólares por ese objeto caído del cielo.

El meteorito de 3,75 libras (casi 2 kilos) y la señor Hodges junto a las autoridades
El meteorito de 3,75 libras (casi 2 kilos) y la señor Hodges junto a las autoridades

¿Y cómo terminó esta curiosa historia? La señora Hodges se quedó, finalmente, y tras tres años de largos litigios, con el meteorito. Un juez le dio la razón y se lo entregó. Recibieron múltiples ofertas por él, pero la realidad es que Ann, acabó muy cansada de todo ese incidente. Durante tres años hubo de soportar como llegaban a su casa cientos de turistas ávidos por conocer a esa mujer sobre la cuál, había caído un meteorito. Querían verla a ella y a la casa. Terminó realmente cansada.

Tanto, que un buen día decidió acercarse al Museo de Historia Natural de la Universidad de Alabama, y donarlo. Su marido se enfadó bastante, pero ella, simplemente, quería deshacerse y olvidarse para siempre de ese objeto que, en una noche cualquiera, había decidido caer en su regazo.

Si te ha gustado este artículo sobre el extraordinario caso de Ann Hodges y el impacto del meteorito, conoce también «el Reloj del juicio final, el cual nos dice que solo faltan cinco minutos para nuestro final».