Desde el siglo XVI existió en Gran Bretaña y posteriormente en los EE.UU., la costumbre de esconder objetos en los cimientos o en otros lugares de la casa para que sirvieran como amuletos o anti-hechizos. Se han encontrado zapatos desparejados, cráneos de caballos, escritos, gatos momificados y sobre todo las llamadas botellas de bruja. Las Botellas de Bruja, sortilegio contra la hechicería.
Las Botellas de Bruja, sortilegio contra la hechicería
Popularmente se creía que las botellas de bruja eran mágicas. Protegían contra malos espíritus o ataques de fuerzas ocultas ya que contrarrestaban los hechizos que pudieran lanzar las brujas contra los habitantes de la casa. Eran un contenedor de magia, ya que su función consistía en atrapar en su interior las maldiciones o hechizos.
Para las botellas de bruja, en un principio, se utilizaron exclusivamente unas botellas hechas de gres y adornadas con esmalte que recibían el nombre de Jarras Bartmann o Belarminas. Tenían tallada en el exterior la efigie de un hombre barbudo. Se llamaban Belarminas en honor (o burla) a San Roberto Belarmino, el que fuera gran inquisidor en tiempos de Giordano Bruno y azote de los protestantes. Más adelante las botellas fueron de cristal o de otros materiales. Lo importante es lo que había en su interior. Solían llenarse con objetos muy diversos, pero los más comunes eran la orina humana, los cabellos, alfileres, papelitos en los que se había escrito algún tipo de encantamiento, sangre menstrual, clavos, espinas, y trozos de madera o metal.
Las botellas eran preparadas por un «sanador» y contenían algo que perteneciese a la persona que se consideraba hechizada, ya fuera pelo, orina, uñas.. En siglos posteriores se llenaron con romero, alfileres y vino tinto, siendo enterradas en algún lugar de la casa. Se creía que la botella atraía el mal y éste se pinchaba con los alfileres, se ahogaba con el alcohol y se expulsaba con el romero. Otro ritual consistía en arrojar las botellas de bruja al fuego del hogar para que se rompiera el recipiente y con ella el encantamiento.
En caso de que su función fuera únicamente de protección, comúnmente solían enterrarse bajo la puerta o en la chimenea, ya que eran los dos lugares por los que se pensaba que podía entrar las fuerzas oscuras, la puerta porque se habría muchas veces al día y el hogar porque la chimenea daba directamente al exterior y no se cerraba nunca.
Lo mismo que en el caso de los zapatos desparejados, la tradición de enterrar botellas de bruja se fue perdiendo a principios del siglo XX. Los que las han ido encontrando suelen abrirlas y su interior se pierde. Actualmente hay centros especializados que estudian su contenido para extraer datos sobre la vida en siglos pasados y sobre las personas que las utilizaron.
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