Los samurais, la élite militar que durante siglos gobernó en Japón bajo el mando de un Shogun. Desde el siglo X al XIX estos guerreros impusieron sus normas y sus reglas incluso al emperador, que pasó a ser un observador en manos del Shogun. Las gestas heroicas, algunas de ellas más cerca de la fantasía que de la realidad, de estos caballeros nipones son innumerables y han servido de base a novelas y películas. En esta ocasión queremos acercarnos a la historia de un grupo de ellos: los Byakkotai, los samurais adolescentes suicidados por honor.
Byakkotai, los samurais adolescentes
La Guerra Boshin se desarrolló en Japón entre 1868 y 1869. En ella se enfrentaron los partidarios del gobierno del shogunato Tokugawa y los que querían devolver el poder al emperador. El clan Aizú se dispuso para la lucha y dividió a sus samurais en grupos por edades. La de los más jóvenes recibió el nombre de Byakkotai que significa «la unidad del Tigre Blanco» y se designó al dios Byakko, que es el dios del oeste, como su protector. Todos los samurais del grupo tenían entre 16 y 17 años y eran 305.
La unidad de los Byakkotai, siguiendo las rígidas normas sociales que presidían cualquier grupo en Japón, estaban divididos en tres grupos: los Schichutai que eran los hijos de los samurais de mayor rango, los Yoriaitai que tenían una categoría media y por último los Ashigarutai, vástagos de los samurais de un rango menor. Dentro de cada uno de estos grupos se formaron dos escuadrillas.
En principio, los Byakkotai no estaban destinados a luchar, sino a servir de tropas de reserva debido a su corta edad. Pero las necesidades del combate hicieron que se implicaran directamente en la lucha. Los Byakkotai juraron por su honor a su jefe Matsudaira Katamori que defenderían su castillo y su ciudad.
Durante la batalla de Tonoguchihara un grupo de 20 Byakkotai Schichutai quedaron separados de su unidad y se replegaron en la colina de Limori. Desde allí vieron como ardía la ciudad en el interior del castillo que habían jurado defender. Pensaron que sus adversarios habían vencido y que su señor y sus familias habían muerto. Profundamente avergonzados por permanecer con vida cuando habían jurado por su honor defender el castillo, desesperados, cometieron seppuku (harakiri).
Sólo uno de ellos quedó con vida ya que para el seppuku se necesita un ayudante que remate, cortando la cabeza, al suicida que se ha abierto el abdomen. Este último joven fue recogido por un pastor que lo curó de sus heridas. Lo terrible del caso es que el castillo no cayó en manos del enemigo y el incendio no revistió prácticamente importancia, por lo que la muerte de los Byakkotai no tenía que haber ocurrido.
Los cuerpos de los Byakkotai quedaron a la intemperie y no fueron enterrados hasta el final de la guerra, cuando el gobierno imperial dio permiso para hacerlo. El único superviviente, avergonzado de no haber muerto, se cambió el nombre, vivió en una ciudad cercana y sirvió en el ejército. Pidió que al morir, su cuerpo fuera enterrado junto al de sus compañeros en la colina de Limori. En esa montaña de la ciudad de Aizu-Wakamatsu , en la Prefectura de Fukushima, hay una estatua conmemorativa y una piedra con una poesía de Matsudaira Katamori que dice:
«No importa cuánta gente lave las piedras con sus lágrimas, estos nombres nunca desaparecerán del mundo»
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