En nuestro artículo sobre mujeres de la antigüedad con mucho qué decir, hablamos de las vestales. Pero como se trata de figuras importantes dentro de la cultura romana, decidimos hacerle un espacio sólo para ellas, y que las conozcas mejor. ¿Adelante?
¿Conoces a las vírgenes vestales?
Una vestal era una sacerdotisa de la diosa romana Vesta. Gozaba de gran prestigio y era tratada con la mayor de las consideraciones y amabilidad. En la antigua religión de Roma, que era más un conjunto de cultos que una sola doctrina, había dos tipos de culto: el culto del hogar y el culto público.
El culto del hogar era sumamente importante: en cada familia se rendía culto a los numina, que eran como presencias o fuerzas sobrenaturales que cuidaban las casas, y habían los que guardaban las puertas, los umbrales o los goznes. Los manes, dioses protectores del hogar, los penates, protectores de la despensa y los alimentos, y los lares, protectores del territorio donde estaba la casa familiar, recibían el culto en donde el pater familias oficiaba de sacerdote y se les ofrecían libaciones de leche, miel o vino sobre el lararium, que era el santuario que cada familia tenía, y donde siempre ardía una llama, a la que llamaban hogar.
Desde la fundación de Roma, Vesta fue una de sus diosas principales, por lo cual las vestales tuvieron siempre una gran importancia dentro de la sociedad, sobre todo si tomamos en cuenta que el mundo sacerdotal romano era eminentemente masculino.
Vesta era la diosa del fuego, y gradualmente se convirtió en la diosa protectora de Roma. Su llama representaba el bienestar del estado y esa llama debía ser cuidada; se la consideró también protectora de la humanidad. Fue tan grande su culto, que por eso se creó un séquito de mujeres escogidas, sacerdotisas sagradas que se encargaban de su veneración y cuidado.
Para que te hagas una idea de la importancia de Vesta, primero hay que entender la importancia del lar u hogar. Como ya te dijimos, cada familia tenía su propio santuario, y en el hogar o chimenea también se cocinaban los alimentos, además de ofrecerse los sacrificios y oraciones a Vesta.
Esta diosa era representada como una hermosísima mujer sosteniendo un cuenco votivo en una de sus manos, y en la otra llevaba una antorcha, y aunque fue cortejada por Apolo y Neptuno, ella decidió permanecer virgen y pura. Para los romanos, esto lo simbolizaba el fuego sagrado.
El fuego siempre ha sido de gran importancia para todos los pueblos, pues no sólo se aprendió a cocinar los alimentos (eliminando así focos importantes de enfermedades) sino a calentarse. Por ello, en los poblados antiguos solía mantenerse un fuego comunitario en el cual tener una fuente siempre disponible de fuego en caso de que el doméstico se apagara por cualquier razón.
¡Imagínate encender un fuego sin fósforos, en los albores de nuestra cultura! Debía ser bastante difícil. A medida que las sociedades griegas y romanas evolucionaban, el fuego simbolizó también la familia y la unidad.
En el caso de Roma, esta costumbre se trasladó en forma de un grupo de mujeres que deberían cuidar el fuego, pues en caso de extinguirse grandes infortunios podrían caer sobre la ciudad.
De modo que surgieron las vestales. Cuenta la leyenda que fue Eneas, el héroe troyano, quien eligió a las primeras, pero los registros indican que fue en épocas de la Monarquía. De hecho, era el rey quien escogía a las doncellas, y los reyes de esta etapa establecieron los castigos a las sacerdotisas que rompieran sus votos.
¿Sabes cuáles eran estos votos? Pues el de castidad, emulando a Vesta, y el de mantener vivo el fuego sagrado del templo.
El proceso de elección, según Plutarco, fue instituido por Numa Pompilio, segundo rey de Roma en el siglo VII a.C., y consistía en elegir a niñas de entre 6 y 10 años que gozaran de perfecta salud y buena condición física, hermosas y con familia reconocida residente en la ciudad. Al principio sólo se seleccionaban niñas aristócratas, pero luego se comenzó a buscar en familias ciudadanas que se ocuparan en labores honradas y decentes.
La elección se hacía cuando una vacante se abría, y entonces el Pontifex Maximus –el rey– elegiría de entre 20 niñas a una sola, a la que según el ritual deberá decirle “Te tomo, amada” y conducirla tomada de la mano hacia su nueva morada, el Atirum Vestae, que era un imponente palacio de 84 habitaciones. Quedaba al este del Foro romano y contenía el templo circular a Vesta.
Las vestales servían por 30 años, de los cuales los primeros 10 eran estudiantes (de los significados religiosos y las tareas del templo); los segundos 10 dedicados al servicio propiamente, cuidaban la llama y oficiaban las ceremonias de la Vestalia, y los últimos 10 preparaban a las jóvenes discípulas. Luego de estos 30 años podían casarse si así lo deseaban, y dejar el templo, pero casi todas decidían quedarse (tal vez porque la vida allí era bastante cómoda).
La llama era cuidada por turnos y si se apagaba la culpable era lapidada; sin embargo Tarquino, un rey posterior, impuso otro terrible castigo donde la vestal era despojada de sus privilegios, maniatada y encerrada en una cripta en donde moriría lenta e inexorablemente. Estos castigos terribles sólo se aplicaron 22 veces en más de mil años, eso da una idea del temor que inspiraban.
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