Aunque los científicos pensaban que los abismos del océano eran áreas intactas del medio ambiente en nuestro planeta, un preocupante descubrimiento ha arrojado luz a un grave problema: la existencia de químicos tóxicos en los ecosistemas más aislados de la superficie de la tierra.
Los abismos del océano también están contaminados
El punto más profundo en la superficie de la tierra se encuentra cerca de la costa de Guam, una isla perteneciente a Estados Unidos como territorio no incorporado y que está ubicada en el Océano Pacifico occidental.
El suelo de esta trinchera se encuentra a 10.994 metros bajo el nivel del mar. Con estas dimensiones podríamos voltear el Monte Everest y aun quedarían 2 kilómetros de agua cristalina entre la cúspide de la montaña y el fondo del océano.
El aislamiento en el que se encuentra este ecosistema llevó a que los científicos creyeran que éste y otros fondos de abismos del océano similares se contaban entre los pocos ecosistemas prístinos restantes en el mundo.
Sin embargo, el doctor Alan Jamieson, especialista de la Universidad de Newcastle en Inglaterra, condujo un estudio que refuta esta suposición puesto que según reporta su equipo en la revista científica Nature Ecology and Evolution, las trincheras se encuentran cargadas de contaminantes.
A pesar de las condiciones extremas, estos fondos de mar son hogar de ecosistemas similares a los que se encuentran en otras partes del planeta. Lo que los diferencia es la fuente de energía que los potencia. Mientras en la mayoría de los ecosistemas es la luz del sol que estimula el crecimiento de las plantas, en los profundos abismos del océano no penetra la luz solar, de manera que la vida depende enteramente del material orgánico muerto que llega desde muy arriba.
Por este motivo, el doctor Jamieson dudó que las trincheras se hubiesen mantenido realmente aisladas de la actividad humana. Sospechaba que los contaminantes de larga vida, como los bifenilos policlorados (que antes se usaban ampliamente en aparatos eléctricos) y los éteres difenílicos polibromados (empleados en el pasado como retardantes de la llama) podrían haberse introducido en los cuerpos de organismos que vivían en trincheras.
Para probar esta teoría, Jamieson y su equipo enviaron un vehículo no capitaneado hasta el fondo de la fosa de las Mariana y la fosa de Kermadec, cerca de Nueva Zelanda. Tras pasar 12 horas allí, capturando anfípodos (un tipo de crustáceo), volvió a la superficie con su presa.
Al analizar las especies capturadas, encontraron éteres difenílicos polibromados presentes, pero en una concentraciones moderadas. No obstante, los niveles de bifenilos policlorados estaban casi fuera de la escala.
Aún no está muy claro cuáles pueden ser los efectos de estos químicos en el ecosistema, pero los expertos dudan que sean positivos y este estudio comprueba finalmente que ningún rincón de la tierra se salva de las consecuencias de las actividades de los humanos. ¿Qué opinas tu?