Como suele decirse, una imagen vale más que mil palabras. Y esta imagen dio la vuelta al mundo y le supuso un Pullitzer en 1994 al autor que fue capaz de captar este fragmento de tiempo. Él, quien puso marco a esta dura realidad. Esa esencia que hiere y que daña, pero que de algún modo, también hemos normalizado en las pantallas de nuestros televisores.
Una imagen vale más que mil palabras. Pero, ¿qué pasa cuando esas palabras se convierten en dardos equivocados y acaban creando una historia que no es del todo cierta? Kevin Carter, el fotógrafo que viajó a la aldea sudanesa de Ayod para denunciar la hambruna de este país, acabó quitándose la vida un año después de captar esta imagen.
Te invitamos a conocer las dos historias que tejen esta impactante fotografía.
Y después, Kevin Carter… ¿ayudaste a la niña?
En ocasiones, las leyendas se visten con el velo más negro: el del drama y la tragedia. Y esto es lo que, en cierto modo, le ocurrió al Kevin Carter. Este reportero gráfico sudafricano tenía ya mucho rodaje en este tipo de contextos. Había adquirido cierto renombre a la hora de fotografiar las revueltas bélicas en Soweto, cerca de Johannesburgo en los años 80, pero nunca se esperó lo que aquel viaje a una pequeña aldea de Ayod, iba a traerle en 1993.
Sudán estaba en guerra y azotada por una terrible hambruna que cada día, se llevaba la vida de cientos de personas. En especial niños. Justo cuando Carter estaba a punto de marcharse de aquel pueblo, vio una imagen que captó rápidamente su atención. Era una criatura muy pequeña, muy frágil y desnutrida que había salido a hacer sus necesidades. Detrás de ella, había un gran buitre, expectante. Hizo la fotografía y, sencillamente, se marchó.
Era una metáfora casi brutal de aquella situación. Dos símbolos aterradores de la catástrofe humanitaria que se vivía en el Sudán de aquellos años. Kevin Carter sabía que aquella foto era buena, que era importante, así que la envió de inmediato al ‘The New York Times’. Dos días después, la repercusión de la misma fue imparable.
Muchos vieron en ella al símbolo del capitalismo y a ese tercer mundo a punto de ser devorado. A Carter, por su parte, le valió el Pullitzer al año siguiente. Pero también le llegaron otras cosas. Las críticas, los ataques y el desprecio. Se dijo que él era el segundo buitre de aquella escena. Él, el monstruo sin alma de aquella fotografía por no haber hecho nada por ayudar a la criatura.
Bien es cierto que, en cierto modo, fue el propio Carter quien alimentó esa idea, puesto que cuando recibió el premio, sus palabras fueron las siguientes: «Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña». Tanto fue así, que dos meses después acabaría quitándose la vida. Tenía 33 años. Y a pesar de que muchos hablaron de su fuerte adicción a la marihuana o los barbitúricos, la simple realidad es que no pudo más con la presión ni con las críticas.
Tampoco con la muerte de uno de sus mejores amigos, Ken Oosterbroek, otro fotógrafo que fue asesinado mientras cubría una noticia en Johannesburgo. Se quitó la vida justo en la orilla de un río donde jugaba de niño. Puso una manguera en el tubo de escape de su coche, para después, introducirlo por la ventanilla. Durmiendo un sueño tranquilo del que nunca más despertó, dejando antes una nota para todo aquel que deseara comprender por qué hacía aquello:
«Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres, por la ira y el dolor. Por ver morir de hambre a los niños. Por esos locos de gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos y los verdugos. He ido a unirme con Ken, si tengo suerte.»
El niño de la fotografía
Durante mucho tiempo se pensó, que la criatura de la imagen era una niña. Pero no era así. Era un niño. Años después, se hizo una investigación para averiguar qué había sido de él. Para conocer cuál era la verdadera historia oculta en esta imagen.
Por alguna razón todo el mundo pensó que aquel bebé murió allí mismo, en ese mismo lugar, después de que Carter hiciera la foto y se marchara. Pero, ¿fue así? No. Y la prueba de ello es la pulsera que el niño lleva en la mano derecha. Una pulsera de plástico de la ONU. Si vemos la foto en alta resolución, apreciamos algo escrito en rotulador azul, el código «T3».
Se le criticó a Carter no haber ayudado al niño, pero en realidad, ya estaba siendo atendido por enfermeros franceses de la ONG Médicos del Mundo. Florence Mourin era quien coordinaba los trabajos en aquel pobre campamento casi improvisado. El niño se llamaba Kong Nyong y padecía desnutrición severa, tal y como llevaba reflejado en esa pulsera. Pero ¿sobrevivió? Sí, pero sólo durante 4 años, hasta que falleció de unas fiebres.
La razón por la que Carter captó esa impresionante imagen era porque el niño, había salido a hacer sus necesidades. La gente de aquel poblado se dirigía siempre a una parte que era una especie de vertedero. Ahí donde los buitres, se acercaban regularmente para alimentarse de restos y de basuras.
Dos historias que conmovieron el mundo y que ninguna de las dos, como podemos ver, terminó bien.
Si te ha interesado esta historia sobre la fotografía que realizó Kevin Carter y todo lo que vino después, descubre otra realidad impactante: las islas de basura que flotan en nuestro océano.