Mary McElroy era una joven que vivía una existencia fácil y algo aburrida. Su padre, tenía un cargo muy relevante dentro de Kansas City en aquellos años treinta: era juez y administrador de importantes áreas dentro de la propia ciudad.
Tal vez su educación fue demasiado dura o puede que no contara con ningún apoyo, ninguna amistad con la que encontrar ese aliento cotidiano que todos necesitamos. Fuera como fuera, el único hecho importante que sucedió en la vida de esta muchacha de Kansas fue su propio secuestro.
Lo que en un principio se inició como algo casi irónico, terminó con graves consecuencias. Tanto es así, que esta historia ha inspirado incluso alguna película, como la que realizó Robert Altman en 1996 titulada «Kansas City», en la que nos daba, eso sí, una visión personal de lo que pudo ocurrir.
Mary McElroy, una chica rica de Missouri
Era una tarde cualquiera de primavera en 1933. Mary McElroy tenía 25 años y se disponía a pasar el día como otros tantos: en casa, en la gran mansión de su padre, el juez Henry F. McElroy. No iba a hacer nada interesante, así que empezó la tarde dándose un baño.
Justo cuando iba a entrar a la bañera, cuatro hombres cubiertos con máscaras entraron en la casa escopeta en mano. No hubo forcejeos, no hubo violencia ni tampoco excesivos sobresaltos. Los hombres le indicaron a Mary que terminase su baño, porque después se la llevarían con ellos para pedir un rescate a su padre.
La joven, les preguntó cuánto iban a pedir por ella. Cuando le indicaron que unos 60.000 dólares, Mary les indicó tranquilamente «que ella valía mucho más que eso». Tal vez te sorprendan estos detalles. Todos los datos de los que disponemos fueron declarados en el juicio, sin contar además que todo lo acaecido con la joven McElroy estuvo envuelto en un ávido seguimiento por los medios de la época.
Y así fue. Los secuestradores se llevaron a la muchacha sin que ésta pusiera resistencia alguna. Estuvo en el sótano de una granja a las afueras de Kansas, un cautiverio que no se alargó más de día y medio. El suficiente para que el señor McElroy ofreciera a los captores el máximo que estaba dispuesto a dar por su niña: 30.000 dólares.
La liberaron. Pero, obviamente, siendo su padre un hombre de tanta influencia, revolvió cielo y tierra para coger a esos osados hombres que se habían atrevido a desafiarlo de aquel modo. Un mes después, estaban ya los cuatro ante un tribunal. Eran George y Walter McGee, Clarence Click, y Clarence Stevens. Algunos de ellos contaban con antecedentes, como por ejemplo Walter McGee, líder de una banda y un joven que no hacía mucho, había acabado de salir de la cárcel. Se le arrestó en Amarillo, Texas, al intentar comprar un coche con el dinero del secuestro.
De los 30.000 dólares el juez McElroy llegó a recuperar 16.000. No le salió mal del todo. Pero, eso sí, se esforzó en que todo el peso de la ley cayera sobre ellos. El juicio se celebró en Jefferson City y para sorpresa del tribunal, Mary McElroy no colaboró en ningún momento. Se negó a declarar, afirmando a cada instante que aquellos hombres la habían tratado exquisitamente durante su cautiverio. Es más, esos cuatro hombres fueron las únicas personas con las cuales se sentía atendida y comprendida. Nadie hasta entonces la había tratado con tanto respeto.
Su padre, tras esto, la envió rápidamente a Kansas alegando que estaba afectada por el secuestro, sumiéndola en un estado de absoluta vergüenza a la vez que los medios, no dejaban de perseguirla por lo curioso del caso. Pero el juicio siguió avanzando y la sentencia fue firme: se condenó a su líder, Walter McGee a la pena de muerte.
Pero nuestra Mary no podía permitir aquel desastre. Sentía profundo aprecio por ellos y se apresuró en redactar un telegrama pidiendo el indulto del joven. Y resultó. Su demanda fue tenida en cuenta y se conmutó la pena capital por cadena perpetua.
¿Quieres saber cómo fue la vida de estos protagonistas a partir de entonces? Mary McElroy los visitaba con frecuencia a la cárcel. Se escribía con ellos y mantenía buena relación con las familias de estos cuatro chicos. Pero, evidentemente, su posición como hija de un hombre de tanto prestigio como el señor McElroy, no podía permitir aquello. Era continuamente criticada por la sociedad y perseguida por la prensa.
Hasta que llegado el año 1940, cuando Mary contaba con algo más de 30 años, decidió quitarse la vida de un disparo. Sin más. Dejó una nota para todo aquel que deseara leerla: sus captores fueron sus únicos amigos en vida. Las únicas personas que no la consideraban como una tonta. Si sólo por ello era considerada una delincuente a ojos de su padre y la sociedad, entonces era hora de que recibiera la pena capital… la muerte.
Una triste historia que nos sigue impactando. Un secuestro que fue «algo más que un secuestro» y que no terminó bien para su principal protagonista.
Si te ha gustado esta historia, descubre también al hombre que se negó a pagar el rescate por su nieto.