A mitad de la famosa novela de Julio Verne, 20.000 leguas de viaje submarino, tres de sus personajes principales observan desde la cubierta del Nautilus, en ese momento navegando por las aguas del Mar Rojo, el lomo de un animal que por un momento confunden con una ballena, para luego determinar que se trata de una sirena, es decir, de un enorme dugongo al que, con el apoyo del capitán Nemo y de parte de la tripulación, darán caza y se comerán en las siguientes páginas.
Aunque en esta novela, de 1870, ya se menciona que este raro mamífero se veía cada vez menos, pues era cazado por su carne, esto no impide que el ejemplar inusualmente grande sea sacrificado para beneficiar la mesa del submarino.
Dugong dugon
El dugongo es un sirenio, un lejano primo del manatí que se mueve por las aguas de los océanos Índico y Pacífico, y que actualmente puede encontrarse en las costas de Australia, de África, las islas de la Polinesia y hasta China y Japón. Verne exageró un poco al describir su espécimen como un animal de 7 metros, pues el dugongo no suele sobrepasar los 3 metros y los 200 kilogramos de peso.
Su nombre deriva de la palabra malaya duyong, que podría traducirse como “sirena”, y de hecho se le atribuye haber dado origen a la leyenda de las sirenas debido a un lejano parecido con los humanos cuando flota boca arriba para amamantar a su cría; sin embargo, su apariencia es tan poco parecida a la sirenas de los mitos como la del manatí, que también confundió a algunos exploradores españoles al verlo por primera vez.
De sirena a vaca
A diferencia del manatí, el dugongo se mueve en aguas saladas y tropicales, puede sumergirse hasta diez metros y permanecer sin tomar aire hasta quince minutos. Por el hecho de alimentarse exclusivamente de algas y ser de temperamento tranquilo se les ha llamado también vacas marinas. Y algo de vaca debe tener pues es cazado para consumir su carne, y en varias regiones del Índico y del Pacífico ha desaparecido casi por completo.
Aunque la cacería no es la única amenaza para esta extraña y valiosa especie, también es víctima frecuente de las hélices de barcos y lanchas y sus espacios de “pastoreo” han disminuido o desaparecido a causa de la contaminación.
¿Veremos a los dugongos llegar al final de su viaje submarino?
Esperemos que no, pero para evitar su extinción tal vez debamos cambiar parte de esa naturaleza humana que tan bien supo reflejar Verne en este fragmento de su novela:
“Calla”, dijo el canadiense, “¿conque ese animal se permite también el lujo de ser bueno para comer?”. “Sí, señor Land; su carne es muy estimada, y se la reserva entre los malayos para la mesa de los príncipes; por eso se da a este animal caza con tanto encarnizamiento, que llega a ser, lo mismo que el manatí, su congénere, más raro cada día”. “Entonces, capitán”, dijo Conseil con mucha formalidad, “¿no convendría perdonarle en interés de la ciencia, por si fuese éste casualmente el último de su raza?”, “Tal vez”, replicó el canadiense, “pero en interés de la cocina valdría mucho más acometerle”. “Hágalo, pues, señor Land”, dijo el capitán Nemo.
Y ya les contamos la suerte que corrió el dugongo. Si te gustó este artículo, no te pierdas el de las criaturas más increíbles de la Fosa de las Marianas.