El ser humano es curioso por naturaleza. Y ése espíritu indagador le ha llevado durante toda su historia a ir forjando un cúmulo de leyendas y mitos que de acuerdo a su cultura, explicaran el origen del universo, los fenómenos naturales o los elementos del paisaje en que se desarrollaba. Son bien conocidas la mitología griega y romana. Y también la escandinava tiene cierta presencia en el imaginario colectivo. Pero evidentemente no son las únicas y cada cultura o grupo étnico buscó sus propias explicaciones, más o menos complejas, a la realidad en que vivía.

Los indígenas de la Venezuela precolombina no fueron una excepción, y existen centenares de mitos que han pasado de generación en generación en cada una de las etnias aborígenes.

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Vista aérea del lago Maracaibo

El lago de Maracaibo, al poniente de Venezuela, es un milagro de la naturaleza. Con una longitud Norte Sur de 155 kilómetros y una anchura de 120 es el lago más grande de América del Sur. A él desembocan gran parte de las aguas de los Andes venezolanos. Además, actualmente constituye la principal fuente de ingresos del país, puesto que de él fluyen verdaderos “ríos” de petróleo. Los pobladores originales de la zona son los indios del grupo Arawak, y de ellos emana la siguiente leyenda sobre el origen del lago:

El origen del lago Maracaibo

Se dice que cuando el Gran Zapara mandaba en la región, una enorme selva ocupaba el espacio que hoy cubren las aguas. Y Zapara ordenó construir los pueblos al margen de la selva, la cual, a su vez, se reservó para sí. El Gran Zapara, quien gozaba de poderes sobrenaturales, erigió el en centro de la selva un palacio utilizando sólo el sonido de su voz y se instaló a vivir allí con su hija Maruma, graciosa y bella poetisa y cantora, a quién su padre no permitía casarse pues la reservaba para deleitarse con sus cantos y poesías.

Pero un día hubo de partir Zapara de viaje al mar. Y mientras tanto, su hija, Maruma, se dedicó a internarse en la selva, armada de arco y flecha, en busca de caza. En una de estas incursiones descubrió un ciervo recién abatido por una flecha ajena y a continuación descubrió a su lanzador, un joven apuesto, a quién ella recriminó por haberse internado en la selva sagrada, desobedeciendo a su padre. El chico, de nombre Tamare, se justificó. Era un poeta y había sido expulsado de su pueblo por “no servir para nada”. De inmediato, dijo, abandonaría la selva. Pero ella, al saber que él era poeta se empeñó en invitarlo a su palacio. Allí fueron y tras un banquete a cuenta de la caza conseguida, se dieron a los cantos, a los versos y a los besos durante largas horas. El tiempo transcurría veloz sin que ellos lo advirtieran.

Regresó Zapara, y acercándose al palacio, comenzó a escuchar aquellos versos, donde se entremezclaba la voz de un hombre con la de su hija. Lleno de dolor, entrando repentinamente en cólera, dio tal patada en el suelo que la selva entera comenzó a hundirse, y los ríos caudalosos de las cordilleras circundantes empezaron a precipitarse al abismo formado. Con sus poderosas manos Zapara abrió la tierra al norte con el fin de que también el mar se volcara en la gran cuenca y, no queriendo sobrevivir a la catástrofe, entregó el reino a su hijo Maracaibo y se arrojó al mar, convirtiéndose en isla, la que hoy lleva su nombre.

Por su parte, Maruma y Tamare, sin percatarse de nada y ajenos a todo, continuaron improvisando versos de apasionado amor, mientras el agua invadía ya el palacio y se internaba en su habitación.

El agua acabó por cubrirlos y se llevó a la superficie las ondas de su último canto. Las canciones de los dos enamorados se fundieron con las aguas y desde ése día, el lago no grita como el mar, ni ríe como otros lagos, sino que susurra poesía o canta estrofas de infinito amor.

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Imagen: «Arowak woman by John Gabriel Stedman» ,