¿Quién no lo ha hecho alguna vez? Encontrar una caracola en la playa y de inmediato, ponerla en nuestro oído para escuchar el mar. Y algo escuchamos, un débil murmullo, un suave rumor que nos atrapa y fascina. Pero ¿estamos escuchando de verdad el sonido del océano? ¿Tienen estas caracolas huecas la facultad reproducir la melodía del mar en su interior de por vida?
¿Qué es lo que escuchamos de verdad?
Es sin duda una bonita creencia popular en la que nos gusta creer. Algo con lo que hacer soñar y sonreír a los niños, sabiendo desde siempre que, obviamente, algo así es más que imposible. Pero hay una aspecto que sí tenemos claro: en el interior de esas bellas caracolas se escucha un sonido particular. Algo parecido al murmullo del océano, tranquilo pero persistente.
Lo que oímos son en verdad sonidos pertenecientes a las decirondas mecánicas, es decir, ruidos del ambiente que nos rodea y que normalmente no podemos percibir porque no llegan directamente a nuestro oído. Pero cuando nos acercamos una caracola aparece la magia: las ondas penetran en un su forma semicerrada, en sus recovecos, rebotando en sus pequeñas paredes y saliendo una y otra vez de forma fluctuante y por oleadas. Esos rebotes amplifican el volumen de su sonido, de ahí que escuchemos ese ronroneo…. ese murmullo similar a las olas del mar.
Este peculiar fenómeno es conocido en física como «resonancia mecánica». El aire exterior entra en la caracola por oleadas, consiguiendo que su cadencia sea muy similar a la del océano. Ahí esta el sencillo secreto de su magia. Pero no pienses que este fenómeno está presente solo en las caracolas, podemos sentir lo mismo si acercamos nuestra oreja a un vaso o una jarra. De hecho, el fenómeno de la «resonancia mecánica», es lo que explica el funcionamiento de muchos instrumentos musicales como por ejemplo, la guitarra. Son pequeñas cajas de resonancia.
Así pues, cada vez que cojas una caracola y te la acerques para escuchar ese sugerente sonido en su interior, piensa que la verdadera magia se encuentra a tu alrededor. Aunque nadie puede negar que en sus recovecos, encierran una magia extraña con olor a salitre, capaz de embelesar a grandes y pequeños.