Aunque la lucha contra la masturbación es tan antigua como inútil, durante muchos siglos el único daño que se le atribuyó fue de carácter moral y religioso. Ser un onanista te convertía en un mal ciudadano, predispuesto a la lujuria, o un pecador, aunque el onanismo condenado por la Biblia tuviera más que ver con el coitus interruptus que con la masturbación en sí misma. No fue sino hasta el siglo XVIII, cuando empezó a difundirse la idea de que además podía causar daños físicos.
Este libro de 1830 ilustró las consecuencias de ser un onanista y eran…
Fue en el siglo XVIII cuando se empezó a hablar en Occidente de los daños físicos de la masturbación, un mito o prejuicio que se extendería hasta bien entrado el siglo XX. En Inglaterra, un autor anónimo publicó un libro con el sugestivo título de Onania, en el que se señalaba a este «crimen atroz” de causar impotencia, gonorrea y hasta epilepsia; en 1760 el prejuicio cambia de mano, es decir, de país, y es que Samuel Auguste Tissot, médico suizo y calvinista, publica L’Onanisme, en el que afirmaba que el semen era un aceite esencial y que su desperdicio conducía a la debilidad corporal, pérdida de la memoria, demencia, mala visión, gota y reumatismo.
Pero un ejemplo verdaderamente ilustrativo –por la cantidad de ilustraciones–, de los efectos nocivos de ser un onanista es el que nos proporciona el texto Le Livre Sans Titre (El Libro Sin Título), publicado en 1830 por un autor anónimo y en el que se describe paso a paso cómo la masturbación lleva a un joven de 17 años de la lozanía de la juventud a una muerte prematura.
En 16 imágenes acompañadas por un breve texto explicativo y condenatorio se nos cuenta cómo este joven buenmozo, “esperanza de su madre”, comienza a encorvarse y a envejecer de modo acelerado; sufre de dolores estomacales y sus ojos pierden el brillo y son rodeados por ojeras.
El proceso de degeneración por ser un onanista continúa: una creciente debilidad hace que ya no pueda caminar, y tampoco descansar, ya que se ve afectado por pesadillas y ataques de insomnio; pierde la dentadura, siente un fuerte ardor en el pecho y comienza a toser sangre.
El muchacho, que en el primer cuadro aparecía con un hermoso cabello, ahora luce una calvicie avanzada; además, ya no logra retener la comida, le salen llagas y pústulas en la piel y vomita sangre.
Finalmente, una fiebre que no cesa lo consume y nuestro joven muere de un modo espantoso por no haber controlado sus instintos y ser un onanista.
Como te contábamos al principio, el mito acerca de los daños físicos causados por ser un onanista se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX, cuando diversos estudios médicos y el desarrollo de la sexología como disciplina médica confirmaron que se trataba de una práctica común –94% de los hombres y 85% de las mujeres– y, además, saludable.
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Imágenes: Dittrick Museum