En Supercurioso hemos investigado más de una vez los misterios del océano, por ejemplo el extraño mundo de los calamares gigantes, pero ¿quién conocerá nunca mejor que Jacques Cousteau este medio? Centrémonos en un misterio que esta figura de la investigación nos dejó.
Existe una leyenda urbana que dice que, en uno de sus viajes en el Calypso, Jacques Cousteau descubrió y filmó a una terrible criatura marina, que quiso mantener en secreto para siempre. ¿Con qué tipo de bestia topó el investigador para querer evitar que se conociera su existencia? Descubrámoslo.
El rastro de la bestia
Antes de empezar, recordar al lector que esta historia no está comprobada. Aún así, algunos de los hechos coinciden con fechas y localizaciones en las que Cousteau realizó sus viajes. Dicho esto, a por el misterio.
El origen de esta leyenda lo encontramos en un reportero al que se conocía con el nombre de «Stéphane Swing», que aseguraba haber recibido esta información a través de unos amigos militares residentes en Yibuti, zona colindante con Etiopía.
Junio de 1995. Jacques estaba estudiando una fosa marina cuando descubrió algo que lo impactó tanto que decidió ocultarlo del resto del mundo, ya que su revelación sería un duro golpe a los estudios biológicos, evolutivos y paleontológicos.
Cousteau estaba en la República de Yibuti para filmar tiburones y para atraerlos se valía de una jaula de hierro y un señuelo de carne de camello. En cierto momento, notaron como algo removía la jaula. Hasta aquí todo normal. El misterio se originó al sacar la caja del agua: algún tipo de criatura había destrozado la durísima jaula de metal. ¿Qué tipo de «súper» animal podría hacer algo así? Lo desconocían.
Un año después, un testigo aseguró haber avistado a una enorme bestia marina. Reclamo que no tardó en atraer a Cousteau de vuelta a Yibuti para intentar obtener imágenes nítidas de «la bestia».
¿Por qué nadie supo del descubrimiento de Jacques?
Se ha especulado mucho sobre la naturaleza de la inmensa criatura que destrozó el material de Cousteau. ¿Sería un espécimen propio de la era prehistórica? ¿Podría haberse ocultado en la fosa y haber sobrevivido todo este tiempo? Al fin y al cabo, ¿no son fosas y abismos lugares inexplorados? Quién sabe lo que podrían ocultar.
El primer candidato a «monstruo de Cousteau» fue un tiburón blanco de gran tamaño, pero en seguida se desestimó la opción, ya que no podría destrozar la jaula y su mordedura hubiera sido muy fácil de identificar para Jacques.
La segunda opción y la más aceptada es la de que fuera una ser primitivo y temible: un Megalodón.
¿Una criatura prehistórica?
Has oído bien. El Megalodón fue el predecesor del tiburón. Se calcula que triplicaba el tamaño de un tiburón blanco y que existió durante el periodo del Mioceno.
Los restos arqueológicos del Megalodón han demostrado que sus dientes era de 20 cm. de largo.
También se habló de un posible Mosasaurus – del periodo del Cretático – o de un Kronosaurus. Cualquiera de ellos encajaría en el perfil de la bestia de Cousteau.
¿Podría ser verdad esta historia?
Cuesta creer que Cousteau decidiera mantener en secreto y alejados del conocimiento científico descubrimientos como este. Aún así, cabe reconocer que esta historia tiene unos tintes de verdad incuestionables.
La creencia es que el «monstruo» de Cousteau podría vivir en el mar de Koubé, unas aguas misteriosas e inexploradas rodeadas de acantilados, donde el animal prehistórico pudo haber conseguido sobrevivir.
Algunos de los habitantes cercanos a la zona sabían de la existencia de tal bestia, pero creían que se trataba de una enorme manta-raya. Tras investigar, se descubrió que estos vecinos celebraban un sangriento ritual para homenajear al monstruo marino. Este festejo consistía en sumergir en el mar una jaula – como la de Cousteau, aunque menos consistente – con un camello en su interior. La celebración terminaba cuando la jaula era sacada del agua absolutamente destrozada y sin rastro del camello. Se dice que Cousteau llegó a situar una cámara dentro de la jaula del sacrificio, pero que el material rodado no era nítido.
Estas versiones de los encuentros de Jacques Cousteau con «la bestia de Yibuti» resultan verdaderamente interesantes, aunque, repetimos, es poco creíble que un investigador como él quisiera esconder a la humanidad un hallazgo de tamañas dimensiones – literalmente-. Así que, nos quedamos con una leyenda francamente interesante, pero que hasta que no sea demostrada con documentos gráficos no deja de ser eso: una leyenda.
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