¿A qué nunca te habías preguntado sobre el origen del estropajo y quién fue la brillante persona que lo ideó? Bien, de acuerdo…puede que seas de los que piensa que no se trata en absoluto de ningún invento, que un objeto tan cotidiano como este no se puede comparar a inventos como el teléfono, el ordenador portátil o incluso la lavadora. Pero te aseguramos que su origen contiene datos muy curiosos, y que bien merece la pena recordar al sufrido caballero que dio con este imprescindible utensilio de uso cotidiano.
¿O es que tú no friegas los platos?
El vendedor que casi no vendía cacerolas
El nombre del protagonista de esta historia es Edwin W. Cox. Era un hombre ingenioso y trabajador, que debía abrirse paso en su empresa vendiendo algo que era realmente difícil en su época. El señor Cox era representante de una firma de baterías de cocina, y diariamente, salía de su casa para ir a la de los demás. Para llamar puerta por puerta, sonreír, desplegar sus dotes de gran comercial, y vender a las familias una buena colección de cacerolas. Y no, no era nada fácil. Porque eran muy pocas las personas que llegaban a abrir la puerta cuando veían su rostro de vendedor desde la mirilla.
¿Qué podía hacer? Sus ventas eran tan bajas que corría el riesgo de ser despedido de su empresa. Así que algo debía idear. Conocía otras empresas que solían dar un pequeño obsequio con el cual, ganarse la entrada al hogar y la confianza de las personas. Era un buen reclamo. De hecho, el nacimiento de Avon había seguido esos pasos: la empresa había empezado vendiendo libros, y como «gancho», solía ofrecer gratuitamente un cosmético. Al final, cómo no, los cosméticos tuvieron mucho más éxito; tanto que acabaron creando la conocida firma Avon.
El señor Cox tuvo entonces una pequeña idea. Sabía que la mayoría de damas con las que hablaba a la hora de vender cacerolas se quejaban de la misma cosa: la dificultad para limpiarlas y retirar la comida adherida a ellas. Así que creó una especie de trapo con virutas de acero saturado de jabón espumoso. El estropajo le sirvió como reclamo, lo ofrecía de regalo y como remedio eficaz para dejar las cacerolas más que impolutas. Un gancho perfecto para conseguir su principal objetivo, no lo olvidemos: vender baterías de cocina.
¿Qué pasó entonces? Que lo que verdaderamente querían las señoras era el estropajo y no las cacerolas, ¡No más cacerolas! -decían- así que el señor Cox abandonó su trabajo y patento su invento en 1917. Pero ¿Qué nombre iba a ponerle a ese objeto imprescindible en la cocina? Fue su esposa quien le dio la idea: SOS.
Señal de auxilio pero también acrónimo de Save Our Saucepans, es decir, «salvamos nuestra cacerolas». Todo un éxito de ventas.