En el caso del perro del infierno de la Primera Guerra Mundial, contamos con esos mismos ingredientes situados en un lugar en concreto: Mons, un pequeño pueblo Belga donde esa guerra de trincheras vio con sus propios ojos un fenómeno singular que más tarde, sería recogido por un periodista Canadiense. Se llamaba F. J. Newhouse, y fue él quien narró esta historia en un periódico norteamericano desatando lo que se consideraría, uno de los relatos más inquietantes en tiempos de guerra.
Te invitamos a conocerla con nosotros.
El perro de la batalla de Mons
La batalla acabó siendo como lo fueron la mayoría de los enfrentamientos en la Primera Guerra mundial: a través de las trincheras, con el fuego de artillería rompiendo el silencio de aquellas tierras, baterías de ametralladoras, duros combates entre el barro, las heridas abiertas y esa humedad ambiental que se clavaba en el alma. Hubo centenares de víctimas.
Los soldados terminaron llamando a aquella zona «Tierra de nadie». Allí solo se iba a morir, nunca se veía avance por parte de ninguno de los bandos, era una hondonada que cercenaba los ánimos y que duró casi 2 años. Tanto fue así, que incluso los propios británicos llegaron a plantearse la retirada en más de algún momento. En especial cuando llegó el «perro del infierno».
Cuando caía la noche, y en los momentos en que paraban los ataques y ambos enemigos establecían una tregua momentánea para recuperar a sus muertos y heridos en el campo de batalla, se escuchaba un aullido. A medio camino entre un lobo y un perro, asomaba siempre a la media noche la sombra de un animal siniestro cerca de los alambres de púas de las trincheras. Y atacaba de forma feroz tanto a alemanes como a británicos. Lo llamaron el sabueso de Mons.
Se abalanzaba sobre los hombres desgarrándoles la garganta, ataques brutales que alzaron el terror entre todos los combatientes. Si no había bastante con las ametralladoras, cuando la calma caía en Mons aparecía aquel monstruo salido de la nada. Y el terror que provocaba, era algo que se instaló en profundamente en cada hombre, un miedo atroz que sabía a óxido en la boca, un pánico que como decimos, más tarde recogió un periodista de guerra tras escuchar la misma historia por decenas de hombres.