Estamos acostumbrados a ver en las casas esas cerámicas que rezan «Cave Canem» en latín y a su lado otra que pone «Cuidado con el perro». Aunque en muchos casos, los perros nos protegen, nosotros depositamos en ellos nuestro afecto y les agradecemos esta faceta que nos hace sentir seguros. Esto nos lleva a pensar que los romanos tendrían unos sentimientos similares a los nuestros. Sin embargo, por lo que hemos averiguado, esto no era siempre así y mejor no ser perro en la antigua Roma.
Mejor no ser perro en la antigua Roma
Los canes en la antigua Roma tenían en algunos casos la consideración de «perro de familia». Pero eran únicamente las familias más pudientes las que podían tener a ese noble animal para cuidar de sus dominios. El pueblo en general y los campesinos tenían gansos para avisar de los peligros, en lugar de perros que eran muy costosos. No tenían una vida fácil, pues para que fueran más agresivos se los solía tener atados con una correa o cadena corta a un poste en la entrada de la casa. Generalmente eran descendientes de los «molosos mesopotámicos» y eran perros fuertes y robustos y son los que solemos ver en las cerámicas del «Cave Canem». Si eras perro, esta era la mejor vida que te podía tocar, exceptuando aquellos que se dedicaban al pastoreo.
Tampoco era mala vida si te dedicaban a la caza, deporte muy de moda entre los romanos. Aunque, si eras perro en la antigua Roma, lo normal era que fueras destinado a ser un «perro guerrero». Acompañaban a las legiones y solían utilizarse en primera fila para atemorizar al enemigo. Los que acompañaba a César, conocidos como «Canis pugnacis», llevaban collares de pinchos y recibían un entrenamiento especial para la lucha. Dentro del ejército, la peor parte se la llevaban los perros mensajeros. No os imaginéis que llevaban el mensaje atado al cuello. Era un método absolutamente cruel. Se les hacía tragar un tubito de cobre dentro del cual se había metido el mensaje. Al llegar al destino, el perro era sacrificado para extraer de su estómago la cápsula.
También era costumbre en Roma sacrificar un perro antes de que una mujer diera a luz, para conseguir la ayuda de Mana Genita, la diosa protectora de los partos y los recién nacidos.
Otros perros sacrificados con una finalidad religiosa eran los de las Lupercales. El nombre de esta festividad venía de lupus que quiere decir lobo y la palabra hircus que significa macho cabrío. Se tomaban un cachorro y un macho cabrío, considerados animales impuros, a los que se daba muerte y con el cuchillo del sacrificio manchado de sangre se untaba la frente de todos los que querían ser purificados.
Como veis, ser perro en la antigua Roma y sobrevivir no era tarea fácil. Si os ha interesado este artículo, quizá querráis conocer la medalla Dickin al mérito animal.