La historia de Okiku dispone de todos esos elementos que conforman los relatos que siempre nos gusta escuchar. Tradición, encanto, tragedia y mucho de leyenda urbana. Se trata de un relato muy conocido en ese Japón místico del que tanto nos gusta aprender y que, en ocasiones, juega con la doble cara del terror y la fantasía.
Le historia de la muñeca Okiku tiene todos estos ingredientes en una misma poción, en un mismo lienzo que te invitamos a conocer a continuación.
La muñeca embrujada a la que no deja de crecerle el cabello
Estamos en el Japón de 1932. Es aquí donde empieza esta historia triste: Kikuko es una niña aquejada por una grave enfermedad terminal. Pasa gran parte del día en su habitación y en la cama, viendo los días pasar entre fiebres y desesperanza.
Su hermano, viéndola sufrir, decide ir hasta Sapporo para hacerle un regalo. Le compra la muñeca más bonita que encuentra, va vestida con un traje tradicional y su mirada tiene casi el mismo encanto que el de su propia hermana. Es perfecta. A Kikuko le fascina el regalo, toma a la muñeca en brazos y ya no se separa de ella. Decide llamarla Okiku.
En enero de 1933, la niña finalmente fallece, dejando a una familia desconsolada que, aún sabiendo que la pequeña no iba a durar mucho tiempo, no pueden evitar sufrir enormemente su triste pérdida. Kikuko fue incinerada. Sus padres decidieron guardar sus cenizas en una urna de cristal y situarlas en una repisa del salón junto a su inseparable muñeca Okiku. Juntas en vida y juntas después de la muerte.
Quién sabe si fueron los propios padres quienes indujeron esta singular transferencia. Puesto que tal y como se suele decir, las muñecas son recipientes vacíos que, de vez en cuando, albergan el alma de fallecidos. De personas que tras su muerte, aún permanecen entre nosotros. Y esto es lo que al parecer ocurrió según la familia. Puesto que a los pocos meses empezaron a notar cómo el cabello de la muñeca Okiku empezaba a crecer de un modo desmesurado.
Aceptaron pues que el alma de su niña estaba en el interior de ella y como tal adquirieron el ritual de cortarle el cabello cada mes a Okiku. Pero llegó la Segunda Guerra Mundial y la familia tuvo que dejar la casa precipitadamente. Decidieron que la muñeca -y el alma de su hija- debía quedarse en un lugar seguro y santo a la vez, un escenario donde se respetara su figura. La llevaron al templo Mannenji de Japón.
Desde entonces, la muñeca ha ido de templo en templo hasta que a día de hoy es posible visitarla en la localidad de Hokkaido. Son miles los turistas que la visitan cada año ansiosos por verla en persona, expectantes por comprobar con sus propios ojos cómo el cabello de la muñeca crece mes a mes. Se dice también que, en ocasiones, es posible ver cierta humedad en los ojos de Okiku, como si estuviera llorando.
El templo donde se encuentra Okiku es un lugar de peregrinación donde para muchos se obra un milagro. Para otros no es más que un montaje. Sea como sea, no deja de impresionar ver ese cabello crecer cada cierto tiempo, llegando incluso hasta su cintura. A su vez, también resulta curioso el nombre que la niña dio a su muñeca: Okiku.
Okiku es un personaje de un cuento tradicional japonés de fantasmas. En «La casa del plato en Bansho» se nos explica la historia de una joven criada que un día rompe uno de los platos de la vajilla de su señor. Atemorizada, decide esconderlo. Pero finalmente no puede con su conciencia y le explica lo sucedido a la mujer de su amo.
Ésta, llena de ira por ese plato de porcelana destrozado, castiga a Okiku golpeándola y cortándole un dedo cada día. Al final, la muchacha, agonizante, decide tirarse a un pozo, donde fallece. Ahí donde queda su fantasma, su espíritu henchido de rabia y lamento que emerge cada noche para cantar las siguientes palabras: «Un plato, dos platos, tres platos, cuatro platos…», para después estallar en lágrimas.
Leyendas increíbles que, como ves, tejen su manto fantástico en estas historias japonesas que tanto nos gusta descubrir cada día.
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