A finales de julio de 1945, el buque de guerra USS Indianapolis de la Armada de los Estados Unidos, se embarcaba a la misión de transportar material hasta el atolón de Tinian en el océano pacífico donde se encontraba ubicada la base de bombarderos Boeing B-29 Superfortress. La carga estaba destinada al ensamblaje de la primera bomba atómica lanzada contra Hiroshima, en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
La nave marítima ocupada por 1.197 hombres logró llevar a cabo la misión. Pero luego de una serie de eventos catastróficos el retorno a la base se convirtió en una real agonía, hoy recordada -entre sus desmanes- como el peor ataque de tiburones de la historia.
El relato de un naufragio y el peor ataque de tiburones de la historia
El buque de 186 metros de largo ya habría realizado el recorrido hacia el atolón de Tinian para trasladar las misteriosas cajas que ni el contralmirante Charles Butler McVay III, tripulante de la nave, conocía sobre su contenido: la carga era de uranio-235 y otros componentes. Su entrega era tan importante, que la orden superior fue priorizar el resguardo de ellas en caso de un ataque o falla técnica, por sobre la vida de los hombres que emprendían el viaje, sin precisar detalles.
La poca preocupación hacia la tripulación se evidenciaría cuando la USS Indianapolis cumplió con la entrega el 29 de julio, desde ahí, la seguridad de sus tripulantes quedó echada a la suerte. Pues, una vez dada la orden de partida, McVay solicitó que les fuera asignado un escolta naval para el tránsito, debido a la peligrosidad de la ruta desde Guam hasta Filipinas, ya que el barco no contaba con un sistema de detección antisubmarina para prevenirse de los enemigos.
No obstante, la petición fue denegada bajo la excusa de que la zona estaba libre de barcos de guerra japoneses, aún cuando en realidad el alto mando militar estaba al tanto sobre la presencia de al menos cuatro submarinos japoneses en el área, incluyendo al destructor USS Underhill, sumergido en Guam días antes de realizar la misión secreta.
En consecuencia, el USS Indianapolis fue atacado durante la medianoche del 30 de julio. Recibieron dos enormes impactos, que provocaron su hundimiento en cuestión de unos 12 minutos, según relató Loel Dean Cox, un marinero que iba a bordo de la nave.
El comienzo de la agonía
De los 1196 tripulantes, unos 900 lograron lanzarse con vida al mar. Contaban con unas pocas balsas para mantenerse a flote, de cualquier manera, guardaban la esperanza de que pronto asistieran a su rescate. Sin embargo, la Fuerza Naval no se tomó en serio el llamado de emergencia que realizaron los ocupantes de la embarcación. Se encontraban solos en el inmenso azul, rodeados por una manada de tiburones hambrientos, extasiados con el olor a sangre de los caídos.
«Estaban continuamente ahí, la mayor parte del tiempo comiéndose los cuerpos de los muertos. Gracias a Dios había mucha gente muerta flotando en el área», dijo Cox, un sobreviviente, a la BBC.
A pesar de ello, una vez que acabaron con los cadáveres, fueron a por los sobrevivientes. Contó Cox que los escualos les rozaban las piernas y se le detenía el corazón, temía que le hubiera llegado su momento. El agua era clara, así que podía ver perfectamente el gran tamaño de estos animales, además de la furia con la que desaparecían a sus compañeros. Diariamente morían devoradas de tres a cuatro personas, por lo que se supone eran ataque de tiburones oceánicos de puntas blancas.
Las dificultades crecían con los días. El pánico aumentaba con el hambre, la deshidratación y la desesperanza. No sólo se integraban cada vez más tiburones al festín, el sol inclemente, la falta de agua dulce y de alimento también cobraban las vidas de cientos de jóvenes marineros enviados a la misión. Otros morían ahogados, exhaustos de tanto luchar por mantenerse a flote.
Después de soportar varios días de terror, un hidroavión notó la emergencia y rescató a las víctimas. De 900 hombres que lograron sobrevivir al bombardeo, permanecieron con vida 317, se calcula que más de la mitad de los fallecidos murieron por ataque de tiburones, uno de los más terribles de la historia.
La Fuerza Naval estadounidense nunca admitió su responsabilidad en la tragedia en cuanto a la posición negligente que tomó en torno al hecho, en cambio culpó al contralmirante McVay por todo lo ocurrido para evitar el escándalo. Y aunque durante años, quienes sobrevivieron a la desgracia defendieron la inocencia del contralmirante McVay con determinación, el hombre fue sometido a un Consejo de Guerra en el que lo hallaron culpable.
Desde entonces, fue acosado y atormentado con ataques públicos, cartas de odio y reproches, hasta que no pudo soportarlo por más tiempo; McVay acabó con su vida en 1968. Desafortunadamente, 50 años más tarde del naufragio, quedó librado de lo que se le acusaba de manera injusta cuando ya el daño era irreparable.
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