En los últimos años, la velocidad de nuestras vidas aumenta a un ritmo frenético cada día. Antes para saber una noticia teníamos que esperar, al menos, hasta el día siguiente para verla publicada en el periódico: ahora nos asomamos a Twitter o a las ediciones digitales de los diarios para saberlo todo unos instantes después. Antes, mandábamos cartas que tardaban días en llegar; hoy enviamos y recibimos un montón de emails cada día. Antes se nos rompía algo e intentábamos repararlo; hoy lo más probable es que nos desahagamos de ese objeto cuanto antes y lo sustituyamos por otro nuevo porque nos sale más barato reponer que reparar.

En teoría todos esos avances, que nos permiten hacer las cosas más rápido y, aparentemente, perder menos el tiempo, deberían estar ayudándonos a tener más tiempo libre, a estar más relajados y, sin embargo, ¿es realmente así? Cada día crece el número de personas que sufren depresiones, ataques de ansiedad o todo tipo de enfermedades relacionadas con el estrés por pasarse todo el día corriendo, haciendo todo los que la sociedad actual nos exige. ¿No crees que deberíamos pararnos un rato a reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos y vivir un poco más tranquilos? Eso es, básicamente, lo que nos propone el movimento slow.

¿Dónde nace el movimiento slow?

El movimiento slow es, como su propio nombre indica, un movimiento; no se trata de una organización estructurada, no tiene jefes, líderes ni portavoces (aunque existen publicaciones en las que se tocan los puntos clave del movimiento, como el «Elogio a la lentitud«, de Carl Honoré). Nace, más bien, como una necesidad vital de reducir el nivel de estrés y la velocidad con la que vivimos nuestras vidas y lo hace con Roma como telón de fondo. En concreto, en la Plaza de España, en el año 1986.

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En este enclave único, que todos nosotros conocemos aunque sea por fotografías o imágenes en la televisión, la cadena estadounidense McDonalds pretende abrir uno de sus restaurantes. Así pues, un grupo de personas, con el periodista Carlo Petrini como cabeza más visible, deciden protestar por ello, viendo los peligros de la expansión de la comida rápida sobre los buenos hábitos alimenticios de la población italiana. Nace así lo que, en ese momento se llamó, Slow Food en contraposición a la fast food.

No fue sólo una manifestación aislada, sino que comienzan a a crearse todo un movimiento que se une por la defensa de los productos y los productores locales, de una producción responsable en contraposición a la explotación intensiva de las tierras con fines comerciales, de la cocina tradicional y la cultura gastronómica propia de cada país.

Slow food, slow sex, slow fashion…. ¡slow life!

Pronto, el análisis y las reflexiones llevadas a cabo en torno al consumo responsable y la defensa de los productores y productos locales desembocaron irremediablemente en otros ámbitos esenciales de la vida. Si el slow food nos permitía mejorar un aspecto esencial de nuestras vidas, ¿por qué no pensar en maneras de mejorar otros aspectos igual de importantes? Rápidamente del slow food se pasa a una verdadera slow life, que propone tomar conciencia de los bienes y del tiempo que tenemos para poder hacer un uso responsable de los mismos, que nos permita vivir más relajados y disfrutar de nuestras vidas plenamente.

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Durante los últimos 30 años, el movimiento slow se ha ido extendiendo al ritmo que nuestras vidas aceleraban; primero por Europa y, en los último años también por América. La máxima expresión del buen momento por el que pasa el movimiento es el surgimiento de las città slow, ciudades enteras, totalmente ralentizadas, en las que se promueven los valores como el trato con los vecinos, la promoción del comercio local o el respeto por el entorno natural.

¿Y a ti qué te parecen este tipo de propuestas? ¿Ya conocías el movimiento slow? Si te interesa, te proponemos que empieces bien el día despertándote tranquilamente con el perfume del café recién hecho y el libro de Honoré.