Cuando entráis en una iglesia con retablos o pinturas creadas hasta el siglo XIV o acudís a un museo o exposición de arte religioso medieval, seguro que os habéis preguntado cómo es posible que los rostros del niño Jesús sean tan feos. Quizá hayáis dudado de la habilidad de los artista de esa época para pintar rostros infantiles, sin embargo, lo que parece una disfunción obedece a una práctica que tenía un trasfondo religioso. Acompáñanos a averiguar: ¿por qué son tan feos los bebés de la pintura medieval?
Los feos bebés de la pintura medieval
Las caras de los niños Jesús de la pintura medieval podrían definirse como los rostros de un bebe-hombre y ofrecen un gran contraste con los bellos rostros infantiles que nos ofrece el renacimiento y toda la historia de la pintura religiosa posterior. En ella se intentaba que Jesús infante fuera lo más bello posible. ¿Qué les ocurría a los artistas del medievo? Pues, simplemente, que seguían los dictados de los teólogos de la época.
Esos homúnculos o hombres en miniatura que nos ofrece la pintura medieval tienen su origen en la idea de que cuando Jesús nació ya estaba perfectamente formado y ni su rostro ni su cuerpo, exceptuando el tamaño, sufrieron cambios. Especialmente en el arte bizantino es patente esta teoría, ya que podemos observar niños Jesús que presentan un tipo de calvicie con patrón masculino y no la ausencia de cabello que tendría un bebé común.
El artista medieval no pretendía representar la realidad ni las formas idealizadas que triunfaron tiempo después durante el Renacimiento, no tenía ningún interés en el naturalismo. En sus obras plasmaba ideas y convenciones expresionistas. El bebé-hombre, resulta especialmente feo ya que reproduce las facciones de un adulto en un niño, pero era lo que la Iglesia exigía y ésta era la principal promotora de arte en el medievo. Este tipo de bebé feo se convirtió en la manera estándar de representar a cualquier niño en el arte de la época.
De las postrimerías del arte medieval y del Renacimiento nos ha llegado otro convencionalismo que solemos ver en la pintura religiosa y por el que no solemos preguntar el motivo: el manto de la Virgen es de color azul. Este hecho tiene un trasfondo económico ya que el pigmento que se utilizaba para obtener las tonalidades azuladas era muy costoso. A finales de la Edad Media empezó a llegar a Europa desde Afganistán, por unas rutas comerciales extremadamente difíciles, un mineral de color azul: era el lapislázuli y con él se producía un pigmento llamado «ultramar».
El «ultramar» era tan caro que sólo se utilizaba para las obras más augustas y estas solían ser de temática religiosa. Dentro de estas pinturas el fragmento más grande de un solo color y que podía demostrar la riqueza de la obra y el dinero invertido en ella era el manto de la virgen y por eso los artistas lo pintaron de color azul.
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