Terry Rodgers, el pintor de la decadencia, el artista que se ha dedicado a plasmar, con técnica única e inigualable, una época de drogas, alcohol y sexo, de bajeza o flojera moral, pero no para juzgar quiénes somos ni lo que hacemos en el mundo, sino simplemente para mostrarlo, como un espejo que nos refleja, quizá no a todos nosotros, pero sí una parte del mundo que muchos tienen presente, aunque sea ajena para otros tantos. Terry Rodgers, el de los retratos hiperrealistas llenos de exceso, llenos de humanidad, en lo más lascivo de la humanidad, lo menos inocente del hombre (y de la mujer), lo mundano, que también es, en gran medida, parte de la definición de lo humano. En Supercurioso, te contamos hoy todo lo que necesitas saber.
Terry Rodgers, el pintor hiperrealista de la decadencia moral
El arte, es cosa sabida, busca explorar el fondo de lo humano, la humanidad ya no desde una perspectiva psicológica o social, sino, si se quiere, emocional, desde la perspectiva del hombre mismo. Algunos la han usado para adentrarse en lo más oscuro del hombre: las épocas tristes y ruines, la envidia, el odio, la avaricia, la soledad o la simple melancolía. Otros, por otro lado, han explorado lo religioso a través del arte, la necesidad misma del hombre de establecer algo más grande que sí mismo. Y hay incluso quienes se han dedicado a una cuestión meramente estética, lo bello, lo sublime, aquello que con la paz y calma que transmite nos arranca un suspiro fugaz, y tan calmo como inquietante. Pues, bien, hay que dejar claro de Terry Rodgers no pertenece a ninguno de estos.
Él es, más bien, el gran espejo de lo mundano. Un hombre que decidió adentrarse, a través de la pintura, en aspecto del hombre que casi todo el mundo cree banales: como una fiesta caníbal, un desahucio de los deseos. Quizá el símil correcto sería llamarlo el Sade de la pintura, aunque ni siquiera, porque lo que Terry Rodgers hace no es llevarnos arrastrados hacia eso, sino mostrarlo, simplemente, como un aspecto más de lo humano, de lo profundamente nuestro.
1. El estilo
Para comenzar, tenemos que hablar del estilo. El esfuerzo que hace con el hiperrealismo no es poca cosa: dibujar esas sombras, ese juego de luces, con trazos finos y todos los matices de la vida real: mantenerse en los tonos propios de la vida, limitarse a lo que es y explotarlo al máximo, ese es el estilo de Terry Rodgers, controversial a veces, porque en él el estilo no es solo una cuestión de cómo se pinta, sino de lo que es pintado. Rodgers se mantiene fiel a sí mismo y a la vida no solo en la forma en la que pinta, sino en lo que toma para pintar. El estilo y la temática parecen en él dos cosas inseparables.
2. La temática
«Mis pinturas son grandes diseños complejos que intentan reflejar mi visión de los tiempos que hoy vivimos; cuán interesantes son y cuan difícil es para nosotros navegar sus infranqueables aguas. Existe un gran afloje y tira, candor y repulsión, ficción y realidad, conocido y desconocido”, dijo Rodgers alguna vez.
Es quizá eso lo que hace su pintura tan intensa, tan genuinamente impactante: su retrato somos nosotros. Esos que están allí, en el lienzo, somos nosotros, los hombres y mujeres del mundo, despampanantes, a veces, inquietantes otras tantas, expuestos en nuestra intimidad y nuestra desnudez, dos cosas que usualmente confundimos, pero que no son lo mismo, y que Terry Rodgers entiende muy bien. Bien pudieran ser los cuadros de Rodgers la representación de la primera vez que Adán vio a Eva en su desnudez y supo, entonces, que estaba desnuda. O como el tabú que se rompe cuando un adolescente se encuentra, por vez primera, con una imagen prohibida, y todos sus instintos, todas sus alarmas se encienden de repente, y entonces ya no hay vuelta atrás. Esa es la temática de Terry Rodgers.
3. «No estoy aquí para juzgar»
«Vivimos en este vaivén de gestos delicados, deseos manejables, fantasías, complejidad económica e interdependencia, aislamiento y esperanza. Intento dar sentido a esta rica fábrica. Mis trabajos no intentan juzgar ni criticar. Yo observo de cerca quiénes somos, la densidad de las influencias sobre nosotros, los errores que cometemos, y los reconocimientos que ocurren al intentar navegar un universo sin señales», comentaba Rodgers. Y eso es quizá lo más importante de su obra: Terry Rodgers no es un moralista que pinta lo inmoral, sino un hombre pintando hombres.
Como todo gran artista, su fin no es glorificar ni vituperar, sino simplemente representar: servir como la gran pantalla a través de la cual vemos el mundo, pero no como en el cine o la televisión, sino con detenimiento, con calma y desprendimiento, para poder entender, para poder dilucidar realmente lo que el mundo es. Es eso lo que convierte a Terry Rodgers en uno de esos artistas que representan fielmente el mundo, y que no puedes dejar de conocer.