Es curioso como algo de lo que hoy en día todos huiríamos o por lo que no demostraríamos el menor interés, causase furor en otros tiempos. En Supercurioso os hablamos del Vino Mariani o Vino con cocaína, la bebida que gustaba a Pio X y León XIII o de 4 Alucinantes inventos de la Era Victoriana como las tazas para caballeros con bigote o las bañeras con oleaje y en esta ocasión queremos acercarnos a un invento del siglo XX: La ropa interior radiactiva.
Ropa interior radiactiva
Antes de que la población entendiera los efectos y peligros de la radiactividad, la gente creía que era un remedio milagroso para tratar cualquier tipo de enfermedad y fueron muchos los que se dejaron embaucar por inventos, que si bien en muchos casos no eran dañinos, en otros sí lo fueron o no proporcionaron ningún beneficio para la salud. Este tipo de inventos hicieron furor entre 1920 y 1950. Se idearon alimentos, cosméticos y entre ellos uno de los más curiosos fue la ropa interior radiactiva.
La idea de la ropa interior radiactiva partió de William John Aloysius Bailey, un estudiante de medicina de Harvard que no llegó a finalizar sus estudios. Bailey, que afirmaba ser doctor, promovió la utilización del radio radiactivo para curar muchas enfermedades comunes (tos, gripe, etc.) e inventó un gran número de artilugios en el Bailey’s Radium Laboratories en East Orange, Nueva Jersey. A pesar de ser investigado numerosas veces por sus actividades más que dudosas, murió rico tras vender a los incautos muchos de sus inventos.
La teoría de Bailey era que el radio estimulaba las glándulas endocrinas y así se mejoraba el funcionamiento de todo el cuerpo. Su invento, que empezó a venderse sobre 1930, se llamó «radiendocrinator» y consistía en unas hojas de papel grueso que se habían sumergido en agua radiada, se revestían de tela y el paquetito, parecido a una almohadilla, se vendía dentro de una lujosa petaca y llegó a alcanzar el «módico precio» de 1.000 dólares. Se aconsejaba que se llevase en contacto directo con la piel, por lo que solía sujetarse a la ropa interior. También se vendía ropa interior que directamente había estado sometida a un proceso de radiación, aunque la población prefería la almohadilla que podía irse cambiando de prenda.
Una de las virtudes que Bailey atribuía a su ropa interior era que solucionaban los «problemas de alcoba» que pudieran tener los varones. Eso sí, el artilugio debía colocarse en la ropa interior de manera que estuviera en contacto con el escroto. Bailey murió de cáncer en 1949 y cuando 20 años después su cuerpo fue exhumado, se vio que la radiación lo había devastado.
Décadas después, cuando el «radiendocrinator» fue expuesto en un museo, tuvo que ser vaciado ya que la radiación que desprendían las hojas de papel se consideró perjudicial para la salud de los trabajadores del museo. A pesar de ello, la caja exterior, aún conserva restos de radiación, aunque en un grado ínfimo que no resulta dañino.
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