Con la llegada de los conquistadores españoles a México, Europa descubriría el secreto para obtener el tan deseado pigmento rojo que teñiría textiles, paredes y algunas de las pinturas más famosas en todo el mundo, entre ellas las de Van Gogh. Era como para maravillarse, la tonalidad que se consideraba una verdadera rareza en el continente europeo copaba la sede del Imperio Azteca. El escarlata brillante embellecía cada uno de sus rincones, gracias a la sangre de un insecto que se convirtió en una de las más grandes exportaciones del llamado Nuevo Mundo.
Origen del pigmento rojo presente en cuadros famosos
En la Europa clásica y medieval las telas y pinturas exhibían colores opacos, ‘lavados’, algo que para nada guardaba relación con una tendencia en particular. Por el contrario, la gente anhelaba color, más vistosidad, tanto en la vestimenta como en las obras de arte.
A cuenta de esto, los comerciantes y artesanos le dedicaron varios años a la búsqueda de recursos con los que crear colores cada vez más vibrantes y resistentes a sufrir desgastes con el tiempo. Pues, conseguir nuevas tonalidades les garantizaría una buena fuente de ingresos. Sobre todo si se trataba de la producción del rojo, el tono por el que la realeza y las élites estaban dispuestas a pagar lo que fuera para lucirlo en cortinas, paredes y atuendos, era el más complejo de conseguir.
El más codiciado fue el “rojo Turquía” del Imperio Otomano, lo inconveniente con este pigmento era su elaboración, ya que requería largos meses de trabajo manipulando una mezcla maloliente a base aceite de oliva rancio, sangre de ternera y estiércol de vaca para obtenerlo. El hambre por el rojo en Europa motivó a que se copiaran las mismas técnicas del Oriente, pero los resultados pocas veces eran prometedores, el tinte perdía su intensidad en el proceso.
Más adelante descubrieron con la conquista española que en México, este pigmento rojo, se producía sin problemas desde el año 2000 a.C., según relatan algunos historiadores. La pintura se extraía triturando un insecto llamado cochinilla, y con la sangre del animal los indígenas dieron color a telas, códices, murales, plumas y hermosas artesanías repartidas en todo el lugar.
Hernán Cortés durante su expedición a México reportó a la monarquía la cantidad de maravillas que habían registrado los conquistadores españoles en el viaje. Principalmente las riquezas de la tierra azteca, incluyendo el hallazgo del pigmento rojo que se convertiría en una mina de oro para España, puesto que era muchísimo más potente que la Sangre de San Juan, y proporcionaba más tinte por onza que el rojo de Armenia. Ambos, eran de escasa producción en el continente europeo.
El éxito estaba garantizado. En 1523, los indígenas fueron obligados a producir enormes cantidades del pigmento rojo para ser exportado a España donde se instalaría el monopolio de la grana. A mediados del siglo XVI se usaba en casi toda Europa, convirtiéndose en uno de los productos más vendidos en el continente. Los pintores en especial, no hacían más que manifestar su fascinación por el acabado que proporcionaba el pigmento rojo de la cochinilla. Era excepcional, el más saturado que habían visto.
La intensidad del rojo de cochinilla lograba destacar cualquier pintura u objeto, hasta que fue sustituido por una mezcla sintética. Pero tal era su belleza que algunos impresionistas se negaron a reemplazarlo de inmediato.
¿Conocías el origen del pigmento que llenó de vida a tantos cuadros famosos? Vincent Van Gogh lo aprovechó en varias de sus obras, decía que era «cálido y vivo como el vino”.
Imágenes: Nytimes.