Desde el inicio de los programas espaciales en los años cincuenta hay una imagen impresionante que al mismo tiempo refleja el despilfarro y lo costoso que parece ser colocar satélites y seres vivos en el espacio: los despegues. Las llamaradas, los miles de litros que se queman son la viva representación del alto costo de vencer a la gravedad terrestre.
Eso puede estar a punto de cambiar, debido a un artilugio imaginado desde el siglo XIX, y que ahora, gracias a los avances en tecnología de las últimas décadas, tal vez pueda empezar a construirse: el ascensor o elevador espacial.
De la física rusa y la ciencia ficción a la nanotecnología
El primero en imaginar y proponer la idea de un ascensor espacial fue el físico ruso Konstantin Tsiolkovski, considerado como el padre de la cosmonáutica y quien propuso esta idea nada menos que en 1895.
Otro ruso, en la década de los sesenta del siglo pasado, el ingeniero Yuri Artsutanov, propuso en un artículo titulado “Al cosmos por tren eléctrico” la posibilidad de un riel vertical para el traslado de hombres y carga al espacio.
En los setenta la idea migró a la literatura de ciencia ficción, donde casi el mismo año, 1978, dos escritores propusieron esta tecnología para subir al cielo: el autor de 2001 odisea del espacio, Arthur Clarke, en su novela Las fuentes del paraíso; y Charles Sheffield, La telaraña entre los mundos (concluida en el 78 pero publicada el año siguiente).
Desde entonces el tema de los elevadores ha estado presente en los relatos de este género de anticipación, hasta un espectacular regreso al mundo real de la mano de los avances en nanotecnología.
Actualmente, hay proyectos en desarrollo en Europa, Estados Unidos y Japón girando en torno a un mismo concepto, el de un cable hecho con millones de hebras de nanotubos de carbono, que saldrían de algún punto situado en el ecuador y ascenderían hasta una estación espacial. Por este cable subiría un elevador con capacidad para llevar varios cientos de kilos –personas o carga– y éste podría impulsarse utilizando baterías solares, o que pudieran recargarse con un láser desde tierra.
Suena a fantasía científica, pero hay quienes afirman que ya existe tecnología para acometer una empresa como ésta y que los costos para ir al espacio se reducirían drásticamente.
La nueva torre de Babel
La idea de llegar al cielo construyendo una torre extremadamente alta no es precisamente original, aunque por primera vez parece técnicamente viable. La empresa canadiense Thoth Technology Inc. acaba de obtener la patente en Reino Unido y Estados Unidos para desarrollar una torre inflable con un ascensor en su interior y 20 kilómetros de altura (veinte veces el tamaño del rascacielos más alto del mundo).
En su cima habrá una plataforma desde donde una nave podrá despegar horizontalmente y separarse de la gravedad de la tierra sin los requerimientos de combustible ni cohetes que actualmente se usan para viajar al espacio.
Las naves podrían ir y venir de esta plataforma y los costos de viajar al espacio se reducirían más de un 30%. Un primer modelo de la Torre Thoth, de 1,5 kilómetros de altura, se construirá en los próximos cinco años y se estima que el definitivo podría tardar unos veinte años.
Esperemos que esta nueva torre no corra la misma suerte que el proyecto anterior y bíblico, y no termine en caos y con una gran confusión de lenguas.
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