Fuego. Un elemento esencial de nuestra naturaleza, tan potente y vital como el agua, y como ella, con capacidad creadora y destructiva al mismo tiempo. Es tan cotidiano y natural, y tan fácil de hacer… siempre y cuando tengas los implementos adecuados, de lo contrario, el fuego te será esquivo.
¿Has intentado alguna vez producirlo sin fósforos o encendedores? ¿O recuerdas la escena en El náufrago cuando Tom Hanks pasa horas frotando una piedra y un palo, y nada que la llama aparece? ¿Cómo el ser humano descubrió que podía hacer fuego? Trataremos de contestar a éstas y otras preguntas, y te invitamos a quedarte con nosotros.
¡¿Cómo descubrimos el fuego?!
No se puede establecer una fecha precisa con estas cosas porque sencillamente se pierden en el tiempo los posibles ensayos que los protohumanos, Homo Erectus u Homo Ergaster, probablemente hicieron para procurarse la “llama divina”.
Es totalmente cierto que ya lo conocían, por rayos que caían e incendiaban maderas secas u hojarascas, y existía la certeza de que pudiesen manejarlo o producirlo, pero no se había podido probar.
Sin embargo, un encuentro con restos carbonizados prehistóricos de pedernales domésticos ha abierto nuevas puertas a la investigación: estos restos arqueológicos se sitúan a la orilla de un antiguo lago cerca del río Jordán, en Israel; el sitio incluye 12 capas de restos de distintos grupos de los primeros seres humanos, y abarca un período de 100.000 años. A medida que cada grupo abandonaba por una u otra razón la zona, el agua del lago iba lavando y enterrando todo, preservando para los arqueólogos de hoy en día sus herramientas y huellas de su vida cotidiana.
Así, encontraron algo increíble: cerca de 500.000 fragmentos de pedernales rotos, donde aquellos homo erectus fabricaron a mano toscas hachas de piedra y cuchillos; aproximadamente el 2% de estos fragmentos estaban rotos y carbonizados, y el equipo liderado por Nira Alperson-Afil, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, pudo mapear y determinar de dónde venía cada fragmento: en los análisis, se pudo constatar que los restos estaban bien agrupados en torno a ciertas áreas, lo que sugería que estas chispas de piedra habían caído en una fogata: una especie de horno ancestral en donde elaboraban sus herramientas.
Lo más interesante es que surgió una posible fecha: hace más o menos 790.000 años, mucho antes de la evolución del moderno Homo Sapiens, ya estos homo erectus manejaban el fuego.
Pero sigue la pregunta, ¿cómo diablos lo producían, sin que fuese consecuencia natural de algún rayo? La lógica y los estudios indican que frotaban un palo de punta contra un tronco, o raspando con rapidez dos piedras, o también rozando cuerdas de fibra contra maderas, hasta conseguir la ansiada llama.
Fue tan importante este hecho que muchos arqueólogos apuntan el fuego como el punto de inflexión en toda nuestra historia evolutiva: comer proteínas animales cocidas permitió una mejor absorción tanto de las proteínas como de los hidratos de carbono, lo cual garantizó el aumento de nuestra capacidad cerebral para crecer y configurarse en lo que hoy en día es. Bronislav Malinowski, arqueólogo polaco-británico, decía: “La cultura puede definirse en virtud de la distancia entre la presa y el estómago”, aludiendo al gran salto que dio la humanidad al empezar a cocinar los alimentos, convirtiéndonos en la única especie que se alimenta de esa manera.
Pero no sólo mejoró nuestra dieta al matar posibles parásitos y bacterias en las carnes crudas, también permitió incluir otro tipo de alimentos que es imposible comer crudos, a riesgo de morir envenenados: hablamos, por ejemplo, de la yuca o de las semillas de lino, o de aquellas plantas que contienen celulosa en bruto o almidón. La cocción de estos alimentos a través del fuego hizo posible que las toxinas se eliminasen.
Y ni hablar de otros comportamientos, también asociados al fuego: la luz que generaba favoreció que el homo erectus alargase algunas actividades, restringidas a la luz solar, y el calor y el humo que emitía alejaba a insectos y a otros grandes mamíferos. Pero también, como señalan algunos expertos, contribuyó a los movimientos migratorios desde África hacia Europa y a sitios más fríos, pues no dependían de causas naturales para calentarse.
Así, a través de la historia, el fuego ha sido un elemento de gran importancia, y hasta hubo sociedades que tenían a grupos y personas especialmente dedicadas a su cuidado, como las vestales en Roma, que no podían dejar que ese “fuego sagrado” se apagara; de hacerlo eran castigadas con sus vidas pues perder el fuego era lo peor que podía ocurrir.
Ahora vemos el fuego con otros ojos, ¿verdad? Tan fácil que nos resulta hoy en día. Es casi magia, pero en verdad es una evidencia más del avance tecnológico ganado con él. Y desde entonces hasta ahora nos sentamos alrededor de un buen fuego para charlar, calentarnos y conocernos.
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