Hay historias que parecen sacadas de la ficción, vidas de personas reales que parecen pertenecer al protagonista de una película. Ese es el caso de Michael Eddie Edwards, más conocido como Eddie the Eagle, un saltador de esquí que en 1988 se convirtió en el primer británico en representar a Gran Bretaña en el Salto de Esquí Olímpico y que ahora, en 2016, ya tiene una película biográfica dedicada a él.
Aunque con esa presentación, todos nos hemos imaginado a un deportista de éxito, con muchísimas medallas y trofeos bajo el brazo, su historia no podría ser más diferente. ¿Quieres conocerla?
Eddie the Eagle, una historia para NO RENDIRSE JAMÁS
Eddie era un buen esquiador, tanto que casi pudo participar con el equipo británico en los Juegos Olímpicos de 1984. Aunque Eddie podía presumir de un par de récords y de ser el número nueve del mundo en esquí de velocidad, los Juegos se le escaparon. Esa primera derrota (la primera de muchas) no lo desanimó: en cambio, lo llevó a Lago Placid en Nueva York para entrenar. Pero pronto su dinero se terminó y se vio obligado a replantearse muchas cosas: entre ellas, su sueño Olímpico. Y es que si algo quería Michael Eddie Edwards, era participar en ese evento.
Para conseguirlo, Eddie siguió una estrategia arriesgada: entrenar para el Salto de Esquí, una especialidad muy peligrosa y muy alejada de la suya, pero que requería mucho menos dinero. Además, no había más atletas británicos que lo practicaran, lo que haría mucho más fácil su posible participación en los próximos Juegos Olímpicos.
Cambiar de especialidad en ese momento de su carrera y sin apenas fondos para pagarse su entrenamiento no fue fácil. No se pudo comprar su propio material, por lo que usaba el equipo de Chuck Berghorn, uno de sus entrenadores. Tenía que, por ejemplo, ponerse 6 pares de calcetines para que las botas le fueran bien. Incluso tenía que hospedarse en un Hospital Mental (no como paciente) para poder pagarse su estancia. Su peso (mayor que todos sus competidores) e incluso sus gafas (que se empañaban en las alturas) jugaban en su contra. Eddie se clasificó para los juegos de 1988 debido a la falta de competidores, pero no había manera de que pudiera ganar.
Y evidentemente, no ganó. Su falta de dinero, su entrenamiento casi autodidacta y el hecho de estar enfrentándose a gente que llevaba entrenando toda su vida (mientras que él tenía unos 4 años de experiencia) le llevó a quedar el último tanto en la competición de 70 metros, como en la de 90m.
Pero, por algún motivo, eso no fue motivo de desánimo, vergüenza o desaliento. Su falta de éxito le valió el cariño de gente de todo el mundo, algunos llegando a decir que, a pesar de sus malos resultados, su pasión y dedicación representaban a la perfección el espíritu olímpico: las ganas de superación y competición, más allá del resultado, los premios o el reconocimiento del mundo. Sus skis de segunda mano, su casco atado con cuerda, su ropa de unas tallas más de las que tocaría y su actitud positiva y humilde le hicieron entrañable y cercano. Sí, había perdido en la competición, pero había ganado en todo lo demás.
Pero esa actitud sólo molestó a los organismos relacionados con las olimpiadas y el salto de esquí. Tanto fue así, que se impuso una nueva norma por parte del International Olympic Committee (IOC) para subir los requerimientos de participación para que “no volviera a haber otro Eddie el Águila”. Esa ley pasaría a ser conocida como «The Eddie The Eagle Rule».
Años después, Eddie no consiguió plaza en las 1992 Winter Olympics en Francia, ni en los juegos de 1994 en Noruega. A pesar de que consiguió sponsors para los juegos en Japón de 1998, tampoco consiguió ganarse un puesto en esos.
Pero las Olimpiadas no le dieron totalmente la espalda a Eddie. En 2008, se le invitó a llevar la antorcha olímpica en Calgary, donde habían sido esos primeros juegos en los que terminó el último, y él lo hizo, con una sonrisa en la cara y una procesión de esquiadores a sus espaldas.
No es una de esas típicas historias de éxitos y reconocimientos a las que estamos acostumbrados; es una de superación, de fracasos de los que nos tenemos que levantar, y de saber que, aunque no impresiones al mundo con tus acciones, lo más importante es impresionarse y superarse a uno mismo.
Eso es lo que recoge la película que se ha estrenado ahora sobre su vida y que te recomendamos, protagonizada por Taron Eggerton y Hugh Jackman. Conmovedora como la historia en la que se basa.
¿Qué te ha parecido esta historia? ¿Quieres conocer más hechos conmovedores, que son todo superación personal? Entonces, no te pierdas la historia del hombre que ha detenido el avance del desierto de Burkina Faso. ¡Increíble!