Es cierto que la historia por lo general la cuentan los hombres, y suelen hablar de sí mismos y sus hazañas. Pero de vez en cuando surge y se cuela una figura femenina a la que es preciso observar con atención, porque se maneja en los mismos términos que los hombres, es decir, en el terreno de las guerras y las peleas. Y además rompe con lo que socialmente es “correcto” en una mujer.
Mujeres así hay de sobra, gracias a Dios; la cuestión es darlas a conocer. Y por eso te presentamos a Julie d’Aubigny, una francesa sorprendente del siglo XVII.
La increíble historia de Julie d’Aubigny, espadachina y seductora del s. XVII
Si pensamos en la vida cotidiana a la que se han visto sometidas las mujeres a lo largo de la historia, resulta extraordinario ver cómo algunas pudieron saltar las reglas y normas de sus sociedades. Claro que en el caso que nos ocupa, nuestra espadachina francesa tuvo la suerte de nacer en el seno de una familia acomodada y de tener un padre bastante liberal en cuanto a educación femenina se refiere.
Nació en 1670 y su padre fue nada menos que el secretario del conde de Armagnac; este hombre jugador, mujeriego y bebedor educó a su hija como se exigía en sociedad: no le faltaron las habituales enseñanzas de una señorita, pero tampoco faltaron otras disciplinas, como la esgrima o la equitación; él personalmente la entrenaba, además de excelentes maestros de la espada.
Si bien su entorno era masculino, aprendió pronto las artes de la seducción, y a los 15 años se convirtió en la amante del conde de Armagnac.
Y es que Julie d’Aubigny era notablemente hermosa y atractiva, con una personalidad fuerte y decidida. A través del conde entró en la corte y logró un matrimonio aceptable, por cuyo nombre también se la conocería, Mademoiselle Maupin, o La Maupin a secas, en los círculos del teatro y la ópera, ya que al parecer tenía una extraordinaria voz y fue cantante en la Ópera de París.
Solía vestirse de hombre –aunque jamás ocultó su sexo– y era tan buena con la espada que se cuenta que hirió o dio muerte a por lo menos diez hombres en la misma cantidad de duelos. Era tan buena que fue una de las más conocidas espadachinas y duelistas de la época, cuya vida iluminó a varios escritores, como Théophile Gautier, que escribió la obra Mademoiselle de Maupin.
Por supuesto que el señor Maupin se cansó del comportamiento nada ortodoxo de su joven esposa y pidió un traslado a provincias, solicitud que el conde de Armagnac, también cansado de la revoltosa relación con Julie d’Aubigny, tramitó con celeridad, esperando que ésta siguiese al marido. Como es de esperar, la chica se negó y siguió viviendo en París, donde poco a poco y a pulso se ganó una merecida fama como duelista, batiéndose con aristócratas jóvenes en encuentros que solían terminar en sangre.
En aquel entonces se había hecho amante de un maestro de esgrima, Serannes, cuya destreza, que era mucha, sobrepasó en poco tiempo. Ocurrió que este Serannes mató en un duelo a un hombre, en 1688, y debieron abandonar París rumbo a Marsella, ciudad en la que se ganaban la vida dando espectáculos de esgrima; ella, obviamente, se vestía de hombre, y llamaba mucho más la atención. Y aquí, en Marsella, comenzó a cantar en el teatro usando su nombre de soltera, Julie d’Aubigny. Su voz de contralto se ganó al público y se convirtió en un pequeño éxito, pudiendo incluso vivir un tiempo de aquello.
Es lógico suponer que se cansara de Serannes. Se enamoró de una jovencita que la había confundido con un hombre y comenzaron una relación lésbica. La familia, completamente escandalizada, encerró a la chica en un convento, pero eso no detuvo a nuestra espadachina, que entró al monasterio haciéndose pasar por novicia para rescatar a su enamorada…
Planeó todo: desenterró el cuerpo de una monja recién muerta, lo colocó en la cama donde debía estar su chica y provocó un incendio para causar confusión y poder huir juntas. Así lo hicieron, y mantuvieron su relación al menos por tres meses más, hasta que también se cansó de aquello. Pero fue acusada de secuestro –aunque la muchacha había vuelto con su familia–, de robo de cadáver y de incendio, por lo cual de nuevo prefirió la huida. A pesar de ello fue condenada en ausencia a morir en la hoguera.
Volvió de nuevo a la Ciudad Luz, pero la travesía duraría varios meses, ya que la Maupin se detenía en los pueblos cantando en tabernas, y hasta llegó a componer algunas canciones que gustaron mucho. Pero al sur de Tours le esperaba otra aventura, una que le cambiaría la vida.
Vestida de hombre como siempre, estaba sentada en una taberna bebiendo cuando llegó un caballero con el que poco después trabaría una encarnizada pelea de espadas, pelea en la que, por supuesto, Julie d’Aubigny resultó vencedora; al joven, hijo del duque de Luynes, lo hirió en el hombro, y luego de enterarse de que era mujer, insistió en que nadie más que ella lo atendiera.
La Maupin aceptó y se presentó con su nombre de soltera, y a partir de allí y hasta su muerte sería su principal pareja (ambos tuvieron muchos amantes).
Esta mujer ardiente y apasionada tuvo una vida de novela, con un talento innato para la música, para la espada y para el amor (dicen que en la Ópera se acostaba con actrices y actores, dando pruebas de su declarada bisexualidad); su intensa vida terminó a los 37 años, no se sabe bien a causa de qué, pero fue conocida como una cantante consumada y una espadachina de las mejores de Francia.
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