Los casos de canibalismo son tristemente célebres. En Supercurioso os hemos hablado de ellos en el artículo 4 escalofriantes historias de canibalismo de supervivencia. En alta mar, en un barco a la deriva o que había naufragado parece ser algo que ocurría algunas veces. Creo que todos recordamos la canción infantil del «Barquito chiquitito», que proviene de la francesa «Il etait un petit navire». En ella se narran las vicisitudes de un grupo de marineros que no tienen nada que comer y deciden jugarse a las pajitas a quien se comerán. En la versión francesa, Dios salva al grumete haciendo que numerosos peces salten sobre la cubierta. En la española, el joven no tiene tanta suerte y se lo comen con salsa blanca y al jerez. Eso sí, finalmente Dios los castiga por su mala acción con una terrible tempestad. En la pintura, existe una obra maestra que refleja unos hechos semejantes, se trata de la obra de Géricault «La balsa de la Medusa»; en ella se concentran arte, naufragio y canibalismo. Conozcamos la historia que hay detrás.
«La balsa de la Medusa», arte, naufragio y canibalismo
El extraordinario cuadro «La balsa de la Medusa» fue pintado por el artista del romanticismo francés Théodore de Géricault entre 1818 y 1819. Con esta obra dio un paso de gigante hacia la fama. Eligió el tema por ser de interés público y dedicó mucho tiempo a hacer una investigación previa. Habló con dos de los supervivientes e incluso construyó una balsa a escala para visualizar mejor lo ocurrido. La pintura tuvo tantos defensores como detractores ya que el tema que trataba y la manera en que lo hizo eran especialmente duros.
La Medusa era una fragata de la marina francesa que viaja en un convoy de 3 naves que se dirigían a Senegal a tomar posesión de la colonia. Partieron en Junio de 1816 del puerto de Rochefort. Al parecer, el capitán de la expedición tuvo la culpa de lo que ocurrió ya que había sido nombrado por motivos políticos y hacía 25 años que no se embarcaba. El Medusa con más de 400 personas a bordo se adelantó a los otros barcos y, a 60 km. de la costa de lo que hoy es Mauritania, embarrancó en un banco de arena. Al no poder desencallarlo se tomó la decisión de abandonarlo, pero sólo habían botes para 250 personas. 17 tripulantes se quedaron en el barco encallado y para el resto, 146, se construyó, de manera improvisada, una balsa de 7 metros de ancho por 20 de largo. Cuando subieron los pasajeros, media balsa se hundió. Estaba atada a uno de los botes salvavidas, pero misteriosamente por la noche se soltaron las amarras y el capitán no hizo nada por volver a buscarla.
En la balsa sólo tenían un paquete de galletas marineras, algo de vino y dos bidones de agua. Empezaron las disputas y el agua cayó por la boda. Las galletas se acabaron el primer día, y a partir de ese momento y durante los 13 días que se tardó en rescatarlos, se sucedieron los suicidios, los asesinatos de los más débiles, que eran arrojados por la borda, las peleas y el canibalismo para subsistir. Las descripciones de los únicamente 15 supervivientes fueron dantescas. Los encontró casualmente uno de los barcos de la expedición, pues nadie había dado la alarma ni se había organizado ninguna búsqueda.
El cuadro de Géricault refleja el momento en que los supervivientes divisan una vela e intentan llamar la atención del barco para ser rescatados.
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