Todos nos hemos estremecido a través de películas espeluznantes como The Haunting o Poltergeist. Y no es sólo en el cine donde pagamos un buen dinero para asustarnos: las casas embrujadas son una parte integral de las atracciones de los parques. ¿Pero por qué nos gustan tanto las casas encantadas?
¿Qué hace que sintamos que una casa está encantada?
Desde un punto de vista psicológico, las características estándar de las casas embrujadas desencadenan sentimientos de temor, ya que empujan mecanismos en nuestros cerebros que se desarrollaron mucho antes de que las casas encantadas incluso existieran. Estos botones de alarma nos advierten de un peligro potencial y nos motivan a proceder con precaución.
Las casas embrujadas no representan una clara amenaza para nosotros, sino que es un misterio si representan o no una amenaza. Esta ambivalencia te paraliza, provocando un profundo malestar. Pues, al fin y al cabo, sería visto como algo extraño y avergonzante salir corriendo y gritando de una casa que te hace sentir incómodo, si en realidad no hay absolutamente nada que temer. Así que reprimes este impulso, mientras por otro lado, piensas que podría ser peligroso ignorar tu intuición y permanecer en un lugar que es peligroso, por no tener suficientes pruebas de ello.
Estos son los mecanismos psicológicos detrás de la sensación «inquietud», aunque nos generan esta sensación tan molesta, pueden ser útiles pues te ayudan a mantenerte en alerta cuando la amenaza no ha sido totalmente descartada. Estos mecanismos son los mismos que te ayudan a manejar el equilibrio entre la auto-preservación (luchar por tu supervivencia) y la auto-presentación (es decir, presentarse de una manera socialmente agradable).
Todo aquello que activa esta «hipervigilancia» que quiere protegerte de las cosas sobrenaturales (o naturales) malévolos se encuentra muy a menudo en las casas viejas grandes. ¿Qué es lo que la activa? Crujidos o chirridos en las habitaciones cercanas, suspiros y gemidos del viento que pasa a través de grietas, cortinas irregulares revoloteando en la brisa, ecos, puntos fríos…
La sensación de incomodidad que estos sonidos y movimientos sospechosos provocan es la prueba de que estamos constantemente, incluso inconscientemente, explorando nuestro entorno y evaluando nuestra capacidad de huir si es necesario.
En consecuencia, una casa embrujada es nuestra peor pesadilla, aunque sea sólo para estos mecanismos.
La clásica casa embrujada está aislada, a kilómetros de la civilización, con lo que no hay ayuda cercana. Además, la oscuridad y el diseño confuso de la casa -que puede deberse únicamente al desconocimiento del mismo- puede hacer que nos perdamos en ella o, como mínimo, hacer que nuestro paseo se alarga ya sea por nuestra desorientación o por el miedo a la misma.
Para acabar de empeorar la situación, nuestro inconsciente valora la fuga y se encuentra con múltiples obstáculos como setos, vallas de hierro puntiagudos, escaleras de madera podrida… Un «sueño» para la supervivencia. Los áticos y los sótanos oscuros y fríos también son elementos imprescindibles, y, por supuesto, las telas de araña, los murciélagos, las ratas y los insectos hacen buenos accesorios, son pequeños y podríamos no notar su presencia hasta que fuera demasiado tarde…
Cuanto más viejas son las casas más asombrosas, hay una especie de «leyenda» asociada a ellas. Por lo general, implica una historia acerca de una muerte espantosa o accidente. Incluso puede haber una historia de suicidio o asesinato. Cuanto más viejo es un lugar, más probabilidades tenemos de percibirlo como «maldito», porque ha habido mucho más tiempo para que las cosas trágicas se hayan producido.
Además, los individuos que creen en los fenómenos paranormales y tienen expectativas de que algo espeluznante podrían habitar ese lugar son más propensos a participar en el tipo de procesamiento cognitivo del miedo. Para estas personas, un ambiente inofensivo pero incierto puede convertirse en una experiencia escalofriante y, según cuánto te guste la incómoda sensación del miedo, emocionante.
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