Los lugares abandonados tienen algo especial. Un silencio que susurra pasados enigmáticos, una historia que se esconde entre ruinas oxidadas, en suelos donde aún hay huellas y en estructuras que a pesar de teñirse de soledades, nos siguen fascinando. Hoy te invitamos a viajar al a costa norte de Rusia, muy muy cerca del Círculo Polar.
Hoy, desde Supercurioso, te damos un billete directo para conocer los faros nucleares abandonados. Así que no lo olvides… ¡Hay que ir protegidos!
Los faros radioactivos que vencieron la oscuridad
En esta zona del norte de Rusia, apenas existen los veranos. Los inviernos polares son interminables y pasar por aquí, aún hoy, llena de escalofríos hasta al espíritu más valiente y aguerrido. Casi siempre es de noche, y la oscuridad, junto al frío, configuran un escenario tan sobrenatural como peligroso.
En el pasado esta era una zona imprescindible para las rutas comerciales. Por aquí pasaban innumerables barcos de carga que debían atravesar una zona que unía la Rusia occidental con la oriental. Era un camino tan obligado como peligroso, de ahí que en sus tiempos, la Unión Soviética tuvo de idear un plan para hacer frente a la oscuridad polar.
¿Y cuál fue la solución? Faros. Obviamente. Así que construyeron toda una cadena de faros para dar luz a esas frías tinieblas, para alumbrar el camino de sus barcos e impedir que el comercio se viera interrumpido por efecto de la climatología, siempre tan árida en aquellas zonas. Pero existía un pequeño problema… aquellos territorios estaban deshabitados, eran cientos y cientos de kilómetros completamente despoblados donde los faros, se alzarían como titanes en solitario.
Entonces ¿Quién cuidaría de ellos? ¿Qué tipo de energía iban a utilizar? Solo existía una solución: energía atómica. Energía atómica y reactores capaces de dar una autonomía absoluta a los primeros faros nucleares.
Cuando el abandono llegó a los famosos faros nucleares
El declive es ese estribillo persistente en la historia de la Unión Soviética. Grandes estructuras, grandes proyectos que al final, quedaron en la nada, en esqueletos oxidados que dormitan hoy el sueño del olvido. Y los faros nucleares siguieron la misma ruta, el mismo final.
Pero hemos de admitir que cumplieron sus misión, durante muchos años los reactores trabajaron aportando luz a los faros sin necesitar intervención humana alguna. La ingeniería era perfecta, ellos mismos se ajustaban según la intensidad de la luz, y ellos mismos enviaban una señal de radio cada vez que un barco pasaba ante ellos. El control y la eficacia era absoluta.
Pero al final llegó la caída de la propia Unión Soviética. Y al poco, surgieron también las primeras averías en los faros nucleares, los primeros fallos, los primeros parpadeos y finalmente, la oscuridad. Nadie fue a repararlos. Se quedaron en silencio y en la más negra oscuridad sin que nadie se preocupara de ellos.
Llegaban ya los tiempos modernos para la navegación, y ahora los barcos disponían ya de su propia ingeniería para surcar esas zonas norteñas del Polo sin la necesidad de la ayuda de los faros. Pero lo realmente preocupante, más allá del sentido poético, es que nadie tuvo en cuenta que dichos faros seguían disponiendo de sus propios reactores nucleares. ¿Resultado?
Ya lo puedes imaginar, no tardaron en ser saqueados, en especial por el cobre, y por varios de sus componentes que alcanzaban un gran valor en el mercado negro. Todo ello hizo que, al ser desmantelados, el riesgo radiactivo quedara aún más a la vista, más en la superficie, envenenando toda aquella zona y sus regias estructuras.
Puede que tras esta descripción te parezca un escenario interesante que visitar en primera persona, pero es mejor que mantengas las distancias y te quedes solo con el relato. Porque hoy en día, toda esta zona del norte de Rusia donde se extiende la línea de faros nucleares, sigue siendo una de las partes con mayor índice de radioactividad.