En Supercurioso nos encanta indagar sobre las habilidades humanas, como el curioso caso del hombre que podía girar la cabeza 180º. Esta vez nos fijamos en la eterna comparación de las virtudes físicas de los humanos con las de otros seres vivos.
Los humanos tendemos a compararnos con otros animales en velocidad y agilidad y, obviamente, en muchas ocasiones salimos perdiendo. Pero ¿y si os dijéramos que nuestra mayor virtud no es la velocidad, sino la resistencia?
El ser humano apto para soportar grandes distancias
Hoy en día, a pesar de encontrarnos inmersos en una sociedad sedentaria, hay un número cada vez mayor de personas que corren en maratones o triatlones para mantenerse en forma. Aunque pueda parecer que se trata de deportes demasiado duros, lo cierto es que quizás son los que mejor encajan con nuestra especie.
Dennis M. Bramble, biólogo de la Universidad de Utah, y Daniel Lieberman, paleoantropólogo del Museo Peabody de la Universidad de Harvard (Massachusetts), defienden la teoría de que la carrera de resistencia es una de las claves en la evolución del Homo Sapiens, ya que nuestro cuerpo tiene todos los elementos físicos y la anatomía ideal para desplazarnos a buen ritmo durante periodos de tiempo bastante largos. Citando a Bramble: «Correr nos hizo humanos, al menos en un sentido anatómico.» (The New York Times, Octubre 2009).
Es un hecho: el ser humano no es el más rápido esprintando, el guepardo, por ejemplo, alcanza 120 kilómetros por hora, dejando en ridículo al ser humano que, incluso si es un atleta profesional, alcanza como máximo y sin sufrir una lesión, 69 kilómetros por hora en 100 metros planos. Sin embargo, cuando se trata de mantener el tipo en largas distancias, los humanos superamos a casi todos los mamíferos. Tal y como decían Bramble y Lieberman, tenemos un cuerpo perfectamente desarrollado para usar la energía lo más eficientemente posible, mantener una temperatura adecuada y el equilibrio necesario para correr y realizar movimientos complejos.
La anatomía perfecta para la resistencia
Se dice que el Homo Sapiens original realizaba lo que se conoce como Caza de Resistencia, perseguía a sus presas durante largo tiempo y por todo el territorio hasta que el objetivo caía extenuado. Esto nos hace pensar debían tener un cuerpo perfectamente configurado para soportar semejante maratón.
Veamos cuáles son los rasgos que definían y definen a nuestra especie de cazadores de resistencia:
Unas piernas preparadas
Hace poco, un antropólogo de la Universidad de Washington, H. Ponzer, comprobó que la energía consumida cuando corremos depende dos condicionantes esenciales: velocidad y longitud de las piernas. Cuanto más largas sean las piernas, menos movimientos se necesitan realizar al correr, cosa que disminuye la energía utilizada con cada paso. Los ya mencionado Bramble y Lieberman, estudiaron como corrían personas, canes, cabras y otros animales sobre cintas de correr. En esta investigación se fijaron en la energía que gastaban los sujetos -usando el oxígeno consumido como referencia- corriendo un mismo trecho. El resultado fue que en todos los sujetos se dio una relación inversamente proporcional entre la energía y el largo de las piernas, por lo tanto: cuánta más longitud de piernas, menos energía se usa.
Como gastamos menos energía, es lógico que, aunque no seamos los mejores esprintando, tengamos una mayor capacidad para aguantar el recorrido de largas distancias.
La temperatura ideal
Cuando corremos, los animales desprendemos muchísimo calor, pero nunca puede superar los 40 °C, ya que a esta temperatura los procesos bioquímicos fallan y se pierde la estructura de algunas proteínas.
Aunque todas las especies tienen sistema de enfriamiento, el del ser humano es el que funciona mejor.
Nosotros tenemos, al contrario que muchos animales, millones de glándulas sudoríparas que eliminan el exceso de agua mientras sudamos. Este agua que expulsamos es directamente proporcional al aumento de temperatura, de modo que, cuando el sudor se evapora absorbe muchísimo calor y enfría nuestra piel. También el hecho de no estar cubierto de pelo resulta ventajoso a la hora de enfriarnos.
Otro detalle que nos hace una especie mejor preparada para resistir largas distancias es el hecho de que no jadeamos como muchos animales para rebajar la temperatura. El ser humano respira por la boca, cosa que aumenta nuestra capacidad respiratoria sin interferir en el ritmo y disminuye el calor, como apuntan Bramble y Lieberman.
Un cerebro para esfuerzos continuados
Bramble y Lieberman sostienen que el poder correr largas distancias fue algo clave en el desarrollo y evolución de la especie humana. Según ellos, antiguamente esta capacidad fue esencial para poder sobrevivir y ello, combinado con muchos otros factores, contribuyó al desarrollo de nuestro cerebro. Actualmente, nuestra sociedad evita que realicemos esfuerzos físicos y nos lleva al sedentarismo. Este tiene efectos nocivos para las personas como hipertensión, estrés, ansiedad…
Si Bramble y Lieberman tienen razón, posiblemente y cómo ya se dice en muchos círculos, la cura de muchas de estas enfermedades sea el ejercicio físico. Quizás sea el momento de aprovechar esta máquina perfecta que hemos heredado.
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