Este año, 2015, se cumplen 70 años de la ejecución de los únicos ataques nucleares realizados por el ser humano contra su propia especie: los bombardeos –una bomba sobre cada ciudad– de Hiroshima y Nagasaki realizados durante el mes de agosto de 1945 y con los que prácticamente concluyó la Segunda Guerra Mundial.
La decisión fue tomada por el presidente de Estados Unidos Harry Truman y sus asesores, y el argumento que siempre se ha esgrimido es que de esta manera se obligaba a los japoneses a rendirse de inmediato, evitando así el alto número de víctimas de ambos lados que implicaría una invasión estadounidense a las principales islas y ciudades del archipiélago japonés.
Generales en desacuerdo
La mayor parte del equipo de científicos que desarrolló la bomba atómica (en el marco del llamado “Proyecto Manhattan”) manifestó su desacuerdo con que la bomba se lanzara sobre una ciudad y propusieron hacerlo en un lugar deshabitado para mostrar su poder a los japoneses.
Es claro que Truman y su equipo no aceptaron esta idea; lo que quizás pueda sorprenderte es que los principales generales estadounidenses conductores de la guerra tampoco estuvieron de acuerdo con el uso de las armas nucleares.
Gracias a la política de desclasificación de documentos secretos, hoy sabemos que ni Eisenhower, responsable de los estadounidenses en Europa, ni MacArthur, responsable del frente del Pacífico, consideraron necesario el uso de estas bombas. Tampoco el almirante William Leahy, el oficial de mayor graduación entre 1942 y 1947, quien escribió:
“En mi opinión el uso de esa cruel arma en Hiroshima y Nagasaki no fue una ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y se disponían a rendirse debido al efectivo bloqueo marítimo y los exitosos bombardeos con armas convencionales”.
Casi todas las ciudades japonesas con más de 50.000 habitantes habían sido bombardeadas y Tokio fue blanco del bombardeo más mortífero de la guerra, muriendo en una noche más de 100.000 residentes. Los japoneses tenían varios meses intentando a través de diversos canales negociar la rendición, y sólo querían garantizar la continuidad del emperador y que no fuese sometido a escarnio (cosa que igualmente los norteamericanos hicieron una vez que ocuparon Japón). Los analistas militares coincidían en que la rendición antes de noviembre de 1945 era inevitable, sobre todo al declararle la guerra los rusos también. Entonces, ¿para qué las bombas?
Argumentos a favor
Los que justifican el uso de las bombas señalan que no había unanimidad entre los militares nipones que dirigían la guerra en torno a la rendición, y el conflicto podía haberse prolongado con su terrible saldo de muerte, sobre todo entre los civiles japoneses. También que había muy pocas bombas y no podían arriesgarse a perder el efecto de una lanzándola en una zona deshabitada, y que ciertamente el impacto de las dos bombas fue de tal magnitud que provocó la rendición incondicional en menos de dos semanas.
Quizás la verdad se encuentre en algún punto intermedio entre estas dos posiciones, pero hay que reconocer que el mundo cambió para siempre el 6 de agosto de 1945, como en parte atestiguan también estas palabras del almirante Leahy:
“Las posibilidades letales de la guerra atómica en el futuro son aterradoras. Mi propio sentimiento era que al ser los primeros en utilizarla, habíamos adoptado un estándar ético común a los bárbaros de la Alta Edad Media. No me enseñaron a hacer la guerra de esa manera, las guerras no se pueden ganar destruyendo a mujeres y niños”.
Increíble, ¿no es así? ¿Y sabías que Estados Unidos también había planeado bombardear la luna?